[MÉXICO EN NUEVA YORK]
Los mexicanos en Norteamérica. Sorprendentes revelaciones

Al mismo tiempo que el gobernador Miller negaba la revisión de los procesos de los mexicanos al fin electrocutados en Sing Sing, aparecía aquí en Nueva York el libro más significativo que últimamente se haya escrito sobre México. Llámase tal libro, publicado en inglés por Mr. Jay S. Stowell: El aspecto inmediato de la cuestión mexicana,1 y en su prólogo, el autor, después de establecer que el futuro de los Estados Unidos "está inalterable e inextricablemente ligado con el porvenir de México y de los mexicanos", añade: "Para ayudar al lector a comprender algo de la intimidad de nuestras relaciones con México y de la vasta cooperación que los mexicanos aportan a nuestra vida nacional, es para lo que he escrito este libro”. Y el autor logra sus fines de manera concluyente gracias al uso de estadísticas que, mucho me lo temo, van a sorprender a nuestro mundo oficial, ya que nuestra Secretaría de Relaciones jamás se ha preocupado de formar trabajos semejantes. ¿Es cierto, como un periódico lo afirmó recientemente, que en virtud de la fuerza expulsiva de las últimas revoluciones una décima parte de la población de México vive actualmente en Estados Unidos?...

     Mr. Stowell toma de fuentes oficiales o absolutamente autorizadas, datos de gran peso. La población mexicana en los principales estados fronterizos, es como sigue: Texas, 450,000; Nuevo México, 220,000; Arizona, 100,000; California, 250,000. Además, la población mexicana se cuenta por millares en los siguientes estados: Colorado, Nevada, Idaho, Kansas, Oklahoma, Indiana, Illinois, Pennsylvania, Michigan, New York, New England y otros en el este y el oeste. Sólo la colonia mexicana de San Antonio Texas, llega a 50,000 y a 30,000 la de Los Angeles.

     En todos los campos de trabajo, los mexicanos han sabido hacerse lugar. En 1920, el F.C. de Santa Fe tenía en sus diferentes líneas a... 6,077 trabajadores mexicanos. En otras líneas de la costa y del este el mismo F.C. empleaba a 8,200 mexicanos.

     Otros muchos ferrocarriles como el Pennsylvania y los del oeste y sudoeste, dependen del trabajo mexicano.

     En el cultivo de la remolacha, el mexicano ha llegado a ser "casi indispensable". "La nueva y progresiva industria del azúcar de remolacha en E.U. no hubiera podido alcanzar el enorme desarrollo de los últimos años a no ser por la ayuda mexicana".

     Un periódico regional decía a fines de 1919:

     "Necesitamos de esos trabajadores mexicanos para hacer en ciertas épocas del año trabajos que los americanos no hacen. Se les necesita de toda urgencia para cultivar y cosechar la remolacha... Pero su trabajo dura sólo unas semanas en el verano y otras tantas en el otoño... ¿Qué harán entre esos periodos, si no ganan lo bastante para vivir todo el año con el fruto de su trabajo temporal?"

     Situaciones análogas prevalecen desgraciadamente en Colorado, Wyoming, Utah, Yowa, Nebraska y otros estados, mientras que en la California del Sur nuestro compatriota no confina sus actividades a la industria del azúcar de remolacha. Puede vérsele trabajando en las huertas de naranja, atareado en los plantíos de nogales de Inglaterra o dominando las culturas de alubias de aquel rico estado, no habiendo clase alguna de frutos de la tierra, en cuya producción o distribución no prepondere el mexicano.

     Alrededor de Los Angeles y en otros centros, nuestros paisanos han sido empleados recientemente en la floricultura comercial y se descubrió que eran excepcionalmente aptos para el delicado arte.

     En muchos estados del oeste, como Arizona, New Mexico, Texas, Colorado y los más septentrionales cow boys o vaqueros mexicanos cuidan de innumerables millares de reses y pastores mexicanos vigilan multitudes de ganado menor. La soledad de estas ocupaciones no intimida a los mexicanos, que sin quejarse llevan a sus ovejas a las más intrincadas serranías, mientras que los demás trabajadores se rehusan a hacerlo.

     "Así los mexicanos, añade el autor, están tomando una gran parte en la producción de la lana para nuestros trajes, del cuero para nuestro calzado y de la carne para nutrición de nuestros cuerpos."

     En la minería, el mexicano es particularmente hábil, tanto que un americano que muchos años ha trabajado con ellos, los califica como "mineros naturales".

     En la colosal empresa del Lago Salado, del Valle de Arizona, cuya espina dorsal es la Presa Roosevelt, el concurso de la mano de obra mexicana es decisivo y "millones de dólares de capital invertido dependen para producir, casi exclusivamente del trabajo mexicano".

     Muchos agricultores han preferido sostener a los mexicanos durante el invierno, que correr el riesgo de perder su ayuda el siguiente año. Alguno de ellos que empleaba a 45 familias mexicanas, declaró enfáticamente: "Si faltaran los mexicanos nos declararíamos al punto en bancarrota".

     La lista de otras ocupaciones a que nuestros nacionales se dedican no tiene límite. Hay tenderos, lavanderos, barberos, dependientes de comercio, chauffeurs, impresores, agentes de limpia, periodiqueros, zapateros, trabajadores de fábricas, boleros, jardineros, carniceros, rancheros, carpinteros, etc., etc. Un reciente gobernador de un estado del S.O., es mexicano de nacimiento, nacionalizado americano. Uno de los mejores, sino el mejor cirujano de una gran ciudad del sur es un indio mexicano. (Trátase del Dr. Aureliano Urrutia, que ejerce en San Antonio, Texas). Hay jueces mexicanos o mex-americanos, legisladores, abogados, ministros del culto, reporteros y maestros. Las principales empresas comerciales y de publicidad están asegurando la colaboración de los mexicanos intelectuales para sus crecientes propósitos de influencia comercial en el resto del continente.

     "Es  honrado decir, declara el autor, que no hay un solo individuo en E.U. que directa o indirectamente, no deba algo  a los mexicanos que han cruzado la frontera y trabajan en nuestra nación."

     "Procediendo humilde, silenciosamente y sin publicidad, el mexicano ha llegado a hacerse indispensable para nuestro bienestar."

     Ya tienen los lectores, gracias a Mr. Stowell, una idea de la extensión del trabajo mexicano en Estados Unidos y ahora por los más imparciales testimonios, van a saber de su calidad: Del gerente de los F.C. de San Fe: "Aunque no tan enérgico o competente como el blanco, los mexicanos son en general satisfactorios para trabajos de vía y otros del género, muchos más que cualquier otro extranjero".

     Del gerente del Pennsylvania (Eastern Lines):

     "Como clase, son los mexicanos los mejores trabajadores de vía entre todos los extranjeros."

     De un floricultor:

     "Los mexicanos están siendo los mejores floristas que hayamos podido asegurar. Los japoneses y los belgas, aunque especialmente educados en sus países, para este trabajo, no son tan buenos como los mexicanos. Muchos floricultores que conozco, están despidiendo a los japoneses y otros empleados, pues prefieren a los mexicanos."

     Del presidente de una Cámara de Comercio del sur:

     "Nada podríamos hacer si no contáramos con esa mano de obra. Sí señores, dependemos del trabajo mexicano y lo reconocemos. El trabajo mexicano está construyendo rápidamente la riqueza del Estado."

     De un prominente algodonero:

     "El mexicano es un trabajador fiel y bueno, siempre ordenado y quieto y ni un solo momento pensaríamos en cambiarlo por el trabajador negro."

     Los inmejorables testimonios podrían multiplicarse; pero creemos que los anteriores bastan.

     ¿No tienen ustedes el sentimiento de que el honrado libro de Mr. Stowell es una inesperada y justiciera rehabilitación en el concepto norteamericano, del verdadero pueblo mexicano, de la inmensa y oscura mayoría trabajadora?...

     Ese pueblo ha sido injusta y vagamente complicado en la acerba campaña que periódicos, cines y teatros libran contra México aquí, donde aún no se llega a discernir que de la nación mexicana, sólo una minoría exigua ha tomado parte en esas actividades que censuran... El 99% restante es de la misma pasta que los humildes trabajadores que tan eficazmente cumplen con su deber en tierra extraña. Y aun del primitivo 1%, quién sabe cuántos hubieran optado por manejar el tractor en vez de las ametralladoras y en sembrar trigo en vez de plomo si la elección hubiera estado a su arbitrio!

     La prueba de que los mexicanos son tan aptos para las serenas artes de la paz como para las actividades feroces, la suministran esos compatriotas que tan noblemente se integran a la civilización en un país extranjero, aún llevando al pie el grillete de analfabetismos e ignorancias que a veces les cuestan la vida como en el caso tristísimo de Sánchez y García...

     De todos modos, creemos que el libro de Mr. Stowell debe ser leído y meditado por muchos funcionarios del gobierno de México a quienes interesa directamente en nombre de la solidaridad patriótica y aun del decoro nacional. (Véase v.g., los lamentables motivos por qué los trabajadores mexicanos ocurren a la caridad pública).

     Son en alto grado interesantes esos trabajadores que después de "construir la riqueza" de un país extranjero, no tienen para sí propios más que miserias y adversidades.

     Ya instruidos en un medio de alta civilización, que gran contingente traerían a la patria y a su reconstrucción esos millares de mexicanos!

     Y se nos ocurre que su repatriación, siempre que se les brindaran las facilidades necesarias, priva en la jerarquía de los deberes gubernamentales sobre las concesiones colonizadoras,3 más o menos ventajosas, que pudieran otorgársele al general Pepino Garibaldi.
 

         José Juan Tablada.
 
Nueva York, febrero, 1921.
 
 

Excélsior, año V, tomo I (1434), 18 feb. 1921, 1ª secc.: 3.
 
 


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