jadas del Mikado recluso en Kioto y del Taikun amurallado
en Yedo, poblaba asimismo el gran camino, una variada multitud itinerante,
de postas y correos, de mercaderes y de juglares, de hermosas cantatrices
ambulantes de la clase paria y de esos bravos aventureros, samurai
sin clan ni bandera, positivos caballeros andantes, cuyo nombre, ronin,
"hombre-ola", dice bien el carácter de sus vidas móviles
y azarosas...
Lugar de fiestas y placeres,
campo de riñas y batallas, camino de comercio y peregrinación,
gran arteria de la vida nacional; también a través de la
historia japonesa, el Tokaido desarrolla sus "cincuenta y tres etapas"
que han ilustrado Hokusai, Hiroshigué y los pintores de otros tiempos.
Para los poetas y los autores de dramas líricos, de No, como
para los novelistas, el Tokaido es la cambiante decoración de aventuras
maravillosas, cómicas, horribles o ridículas. El viejo Japón
colocaba allí las danzas y los versos encantadores de su Manto
de plumas;48 el Japón
moderno instala su novela picaresca y rabelesiana de Hiza Kurigué49
las truhanerías y los encuentros de dos hampones, Yajirobei y Kidahachi
en su viaje de Tokio a Kioto.50
Tal es, a grandes líneas,
el imperial camino del Tokaido, en cuya iconografía y a pesar de
obras tan