por fin, la
serie total, dos estampas: una llena de fantástica poesía;
otra, que por curiosa coincidencia, nos interesa a los mexicanos.
Titúlase la primera
Omisoka no kitsuné bi (Los fuegos fatuos
de la última noche del año) y muestra en nocturno suburbio
de Yedo, bajo el vetusto y nudoso árbol zozoku, una fantástica
congregación de zorras kitzuné, a cada una de las
cuales acompaña una flámula de rojo fuego. Hasta las lejanías
de la pavorosa llanura se reproducen las fantásticas manadas y las
lengüetas igniscentes. El cielo de acero está constelado de
astros... El fuego fatuo tiene para la superstición japonesa, igual
propiedad burladora y maléfica que para nosotros, sólo que
aquélla lo atribuye a la demoniaca artería del zorro kitsuné...
La estampa, toda gris, menos el tono rosillo de los zorros y el bermejo
de las flamas, está impregnada de pavoroso misterio y de ingenua
poesía, y el tratamiento del nocturno claroscuro es de fuerza y
simplicidad admirables.
La otra estampa, la que sorprende por su rara identidad con nuestra remota
leyenda, podría llamarse "La fundación de Tenochtitlan
por un pintor japonés", aunque en realidad se titule Minato
susaki (La península de Minato)... Una enorme águila
desciende sobre un campo parecido a nuestro valle lacustre, y en el horizonte
perfílase un volcán semejante a nuestro Iztaccíhuatl...
La similitud con el asunto de nuestra vieja tradición es absoluta;
el campo y el agua, el volcán sobre el horizonte, el águila
que baja, como en el jeroglífico de Cuauhtémoc... Sólo faltaría
un grupo de figuras; el tropel de las errantes tribus pasma-