JOSÉ JUAN TABLADA
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por fin, la serie total, dos estampas: una llena de fantástica poesía; otra, que por curiosa coincidencia, nos interesa a los mexicanos.
   Titúlase la primera Omisoka no kitsuné bi (Los fuegos fatuos de la última noche del año) y muestra en nocturno suburbio de Yedo, bajo el vetusto y nudoso árbol zozoku, una fantástica congregación de zorras kitzuné, a cada una de las cuales acompaña una flámula de rojo fuego. Hasta las lejanías de la pavorosa llanura se reproducen las fantásticas manadas y las lengüetas igniscentes. El cielo de acero está constelado de astros... El fuego fatuo tiene para la superstición japonesa, igual propiedad burladora y maléfica que para nosotros, sólo que aquélla lo atribuye a la demoniaca artería del zorro kitsuné... La estampa, toda gris, menos el tono rosillo de los zorros y el bermejo de las flamas, está impregnada de pavoroso misterio y de ingenua poesía, y el tratamiento del nocturno claroscuro es de fuerza y simplicidad admirables.
   La otra estampa, la que sorprende por su rara identidad con nuestra remota leyenda, podría llamarse "La fundación de Tenochtitlan por un pintor japonés", aunque en realidad se titule Minato susaki (La península de Minato)... Una enorme águila desciende sobre un campo parecido a nuestro valle lacustre, y en el horizonte perfílase un volcán semejante a nuestro Iztaccíhuatl...
   La similitud con el asunto de nuestra vieja tradición es absoluta; el campo y el agua, el volcán sobre el horizonte, el águila que baja, como en el jeroglífico de Cuauhtémoc... Sólo faltaría un grupo de figuras; el tropel de las errantes tribus pasma-
 
 
 
 
 


 
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