Edmond de Goncourt

 

FICHA CATALOGRÁFICA
 

28. Edmond de Goncourt.
Ángel Pons.
Sin fecha.
Retrato a tinta en papel bond pegado sobre bond azul.
5 7/8 x 1 7/8"
[Firmado por "Ángel Pons". Presenta rasgaduras, restos de cinta adhesiva y cabellos.]
 
 

NOTA
 

Es un poco desconcertante encontrar en este Archivo un retrato a tinta de Edmond de Goncourt por Ángel Pons, no tanto por el personaje en sí, a quien Tablada siempre admiró y de cuya obra él mismo fue uno de los más grandes divulgadores entre los escritores mexicanos modernistas, sino porque la firma de Pons nos remite a que fue éste quien realizó la cubierta de la primera edición de El florilegio (1899). El poeta olvidó casi por completo a Pons. No lo incluye en el primer volumen de sus memorias, La feria de la vida (1937), ni aparece en su Diario, ni en ninguno de los artículos importantes sobre artes plásticas recogidos en Obras VI. En Las sombras largas, segunda parte de sus memorias, Tablada hace una minúscula referencia a Pons, a propósito de un álbum en que conservaba dibujos de varios pintores y que desgraciadamente se perdió. Este álbum, que según el poeta, si no era la historia de la pintura mexicana, desde fines del pasado siglo hasta la primera década del presente, al menos era un regocijado anecdotario, albergaba cartas y caricaturas de Rafael Ponce de León, dibujos juveniles y aún infantiles de Julio Ruelas, apuntes de color de Ramos Martínez, viñetas neoaztecas de Jorge Enciso, caricaturas de Montenegro y croquis caricaturescos de Ángel Pons (Cf. pp. 99-100).
    La admiración de Tablada por los hermanos De Goncourt puede observarse en el siguiente pasaje del artículo "Fragmentos de un libro. Edmundo y Julio de Goncourt", en que describe su estilo:

En toda la obra de los dos hermanos, la facultad de observación se manifiesta en el análisis de los caracteres, en la pintura de los medios, en el desarrollo de los diálogos; los personajes viven con sus alegrías más pasajeras y sus más escondidas tristezas; los paisajes surgen maravillosamente evocados, ostentando desde lo inmenso de sus horizontes hasta la película de la epidermis de sus flores; desde la materialidad de las rocas y los árboles, hasta la pulverización del agua en la caída de un torrente, y la aromática frescura de la atmósfera que los envuelve.
    Y la sutileza y la profundidad de observación que asombra, expresada en un lenguaje que pasma, en un dialecto sorprendente, en una dicción que maravilla. En la descripción, los Goncourt llevan el trabajo concienzudo de un artista, al ejecutar un cuadro, y resucita en ellos su antiguo oficio de pintores. Las palabras en su inteligencia de escritores tienen la materialidad de los cubos de esmalte en manos de un mosaicista, los vocablos se van incrustando en la página como los poliedros coloridos en el fondo pastoso de un mosaico. La palabra, en sí sola, tiene el brillo de una piedra preciosa; la frase, la riqueza de una diadema; el capítulo, los tesoros de un joyero. La página en su conjunto ofrece el esplendor armonioso de una policromía mural, pero si la vista se detiene se percibirá un friso, que es una frase, y aun en ese friso se irán distinguiendo los vocablos como fragmentos de sombrío ónix, de brillante cuarzo; láliz-lázulis y malaquitas entre cuyos tonos ensombrecidos brillan las estrías de las ágatas y las partículas de oro de las venturinas [El Siglo XIX, 15 de abril de 1893, en Obras V, pp. 70-71].
Más adelante, con el mismo estilo poético, Tablada aborda el tema del japonismo de los De Goncourt y afirma que "Los primeros álbumes japoneses fueron revelados por ellos al mundo artístico de Francia en 1860". No en vano el poeta tenía en un tokonoma de su estudio en Coyoacán un retrato de Edmundo de Goncourt.
 
 

ELV/RMS