Nuestro burrito 'Chan' Nuestro burrito 'Chan' (Reverso)

 

FICHA CATALOGRÁFICA
 

40. Nuestro burrito "Chan".
Nina C. de Tablada.
Cuernavaca, 1940.
Lápiz en sobre de papel bond.
6 1/4 x 8 5/8"
[Ext.inf. der. ms. a lápiz: "Nuestro burrito 'Chan' Cuernavaca, 1940" por Nina C. de Tablada.]
Al reverso: dibujo de personajes a lápiz.
Nina C. de Tablada.
Sin fecha.
Lápiz en sobre de papel bond.
[Dobleces y roturas.]
 
 

NOTA
 

Con los poetas simbolistas y parnasianos surgió una revaloración de los animales, que los poetas modernistas asimilaron y a la cual José Juan Tablada no escapó. El amor del poeta mexicano por los animales no fue una falsa actitud aprendida de lecturas clásicas, ni tampoco una moda pasajera, sino un "sentimiento" auténtico, que se acentuó con el paso de los años y fue compartido por su esposa Nina. La historia de esta imagen es muy probablemente la que Nina Cabrera relata en el capítulo "Piedad búdica" de José Juan Tablada en la intimidad:

No me alcanzarían las páginas para contar todas las acciones bondadosas de José Juan Tablada, su búdica piedad hacia los animales, que eran testimonio de su grandeza de alma [...] En ocasiones llevábamos comida a algunos [perros] vagabundos, que encontrábamos en el camino. Y muchas veces los llevamos al veterinario para sanarlos de alguna dolencia. José Juan se lamentaba de no tener el dinero en la cantidad necesaria para dar albergue y alimento a tantos animales desamparados, más que el hombre agradecidos...
    En ocasiones, hacía descargar a los burritos que ya no resistían el peso de la leña; compraba la carga entera, aunque no la necesitásemos, y les dábamos de comer a los animales, mientras el arriero se echaba en cualquier sitio, con la cabeza sobre las losas, para dormir un rato. Y el poeta se compadecía:
    –¡Pobre arriero burro! ¡Pobre burrito arreado!...
    Teníamos la costumbre de pasear antes de merendar, para hacer un poco de ejercicio. Una tarde salimos a caminar, casi a la luz del sol poniente, y de pronto advertimos, caída en el polvo, una burra con un burrito recién nacido, que hacía esfuerzos para mamar de la madre muerta, abandonada por su dueño.
    Nos acercamos. En los ojos de aquel animalito, casi esquelético, había la más conmovedora expresión. Ojos enormes, como asombrados de tanto sufrir. Apenas lo separamos de la madre, oímos sus quejidos, que nos conmovieron. Decidimos llevárnoslo a nuestra casa, para cuidarlo y criarlo [...]
    Empezamos a alimentarlo, con tres botellas de leche al día. Leche de vaca, por supuesto. Al poco tiempo se veía contento, satisfecho, brincando de un lado a otro en el jardín. Conforme crecía nos iba conociendo más, y cuando nos veía, su rebuzno de saludo era como una canción que se elevaba a medida que nos aproximábamos. Permanecíamos un rato jugando con él y dándole yerbas, y cuando lo dejábamos nos perseguía en exaltación desesperada al ver que nos alejábamos. Entraba en casa como un perrito, se echaba en la sala y jugaba con los loros y con nuestro perro "Scotty".
    Creció hasta volverse adulto, y entonces comenzó a padecer, y empezaron también nuevas contrariedades para mi esposo, porque los cuidadores de la casa, quienes tenían ya el encargo de atender al pobre animal, no lo alimentaban, no le quitaban del sol, lo dejaban sufrir sed, etc. Una vez se lastimó el burrito una pata y tuvo una infección que le duró mucho tiempo, enflaquecía, y lo notamos triste. Pero era tan inteligente –aunque la opinión general haya hecho de la palabra "burro" sinónimo de inteligencia obtusa– que, cuando José Juan y yo bajábamos a curarlo, nos reconocía, y nos lanzaba su expresivo y sonoro saludo [...]
    Por fin como no podíamos seguir cuidando personalmente al burrito, decidimos regalárselo a los esposos Padilla, amigos nuestros que a menudo lo habían visto y a quienes les divertía mucho.
    Pasó algún tiempo. Y cierta vez que estábamos de visita en su residencia de Cuernavaca, la esposa del licenciado Ezequiel Padilla hizo que uno de los mozos nos trajese al burrito. Y cuál no sería nuestra sorpresa al advertir que, después de dos meses de no verlo, nos reconocía. Nos saludó como siempre, jugueteó con nosotros y, cuando nos vio salir en el automóvil, se acercó a la reja del jardín para decirnos adiós con un rebuzno conmovedor...
    Este episodio entre humorístico y tierno, es representativo del amor, de esencia budista, que siempre tuvo José Juan Tablada hacia "nuestros hermanos inferiores" y que le inspiró los hermosos poemas de El bestiario piadoso. En Cuernavaca fundó la Sociedad Protectora de Animales, en favor de la cual trabajó mucho; pero no logró cooperación sino de contadas personas. Él y yo hacíamos recorridos por la ciudad y sus alrededores, con el fin de curar animales heridos o enfermos y de alimentar a los abandonados [pp. 101-104].

 

ELV