¡Pobre San Benito
Se lo comieron las mujeres en vida
Por negro y por bonito!
Más tarde Nietzsche diría:
"¡No hay más cruel
desdicha
Que caer en los brazos de una mujer
lasciva!"
Pobre San Benito,
¡Cuántas manzanas
de oro
Llenas por dentro de ceniza,
Le amargaron la boca y la vida!
La Mujer del Eclesiastés
Lo besó una vez y otra vez...
Conoció a la hembra incubo
De brazos y ventosas de pulpo;
Circé bajo su planta lo
mantuvo
Y los verdugones de las ojeras
Le cundieron como lepra
Hasta dejar su carne toda negra...
Por eso las mozas del partido,
Urentes por el chulo preferido,
Le rezan: "¡San Benito, San
Benito,
O me traes a mi amante o duermes
conmigo!"
Nueva York, 1922.
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