¡Antoñica, si hubieras
sido
Como yo te imaginaba!
Yo había puesto en tu alma
Todo lo bello de mi alma
De colegial intacto
Donde aún perduraban
Bajo las arideces aritméticas
Fulgores de Cuentos de Hadas...
Antoñica, rubia ramera
De 1890...
Desde el parque frente a tu casa
Te veía en el crepúsculo
Palidecer y luego iluminarte
Para el vivir nocturno...
En tus cabellos brillaban
Las onzas de oro
De la "partida" de Tacubaya.
Y en tus ojos violeta un alcohol
De veloces y azules flámulas.
Hoy, ya muerta te identifico
Con las princesas
De las miniaturas persas,
Por sensual y por fina y rubia
Con la Madona del Gran Duca.
De tus amantes nadie te amó
como ese niño.
¡Ni el general, ni el banquero,
Ni el banderillero
De Bernardo Gaviño!
Como aquel niño ya poeta
Que divinizó tus pupilas
Como estrellas lejanas,
Suaves como violetas,
Y en su deliquio, cuando tú pasabas,
Extraño al sortilegio de tu sexo cruel
Temblaba sin saber por qué.
Y te veía alejarte, poniente
en tus espaldas
Las alas de su Ángel de
la Guarda...
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