LA FERIA
Algo de la feria de la vida nuestra,
pero ritmada en su dinamismo, no ya por el Evohé juvenil, sino por
la eutrapelia de la madurez, cuando ángelus y crepúsculos
comienzan a insinuarnos la inminencia del propio declinar, el místico
recogimiento para pensar en el más allá que ya vemos de cerca...
Algo de los sentidos perdura aún en esta "Feria", pero ya la ironía
revela el desengaño... Abdicamos en favor de "El gallo magnánimo"
el tardío donjuanismo.
De las sabrosas viandas de "El figón" saboreamos ahora, más
que las especias, la alegría, esencia espiritual...
En el amor hacia los animales: "El loro", "El sapo", "Los pijijes", "El
gallo habanero", uno que otro mínimo jaikai, es ya evidente la solidaridad
teosófica con todo lo creado.
Quien espera ser ángel –todos los seremos, porque la tierra es
escuela de ángeles– recuerda que fue animal en la Luna entre los
animales en humano devenir...
Otros poemas rememoran la infancia: "¡Ja, ja, ja...!", "El pescadito
de jabón", etc., por el eterno ahínco de vivir en el Tiempo
integral, es decir, en el Eterno Hoy y no en la misérrima limitación
de Presente, Pasado, Futuro, 0 + 0 + 0 de nuestro actual sensorio... quizá
también porque el hombre maduro o provecto al contemplar uno
de sus retratos infantiles cree oír, conmovido, la Voz de Cristo:
"¡Sed como los niños!"
En la plazuela donde se celebra la Feria hay una capilla de piedad y de
fervor; en sus muros cuelga el "Retablo" a un poeta, como ex-voto no sólo
a su venerada memoria, sino a la de todos los poetas que se fueron ya de
la tierra patria y en honra de los que aún viven, crucificados por
la vida bárbara como los leones de Cartago, o cegados para que mejor
canten, como los ruiseñores chinos... Cuelga también en aquellos
muros la "Oración a San Benito" que quizá irá a rezar
"Antoñica", la lumia cachondona de vuelta del tripudio... hermana
simbólica de mi juventud, por quien más indulgente que contrita,
ruega hoy el alma-monja...
. . . . . . . . .
. . . . . . . . . .
¡Pero cuánta vana palabra...!
Los poetas, la patria, yo... Cuando patrias y hombres no son, no somos,
sino polvo de átomos en la armoniosa vorágine que nos arrebata
hacia Dios!
Nueva York, Otoño de 1926.
J. J. T.
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