El nómada alucinado
 
 
 
 

El Vate Frías fue uno de los muchos artistas a quienes envenenó Baudelaire. Tomó al pie de la letra la admonición famosa: "Es necesario estar siempre ebrio. Todo está en eso: es lo único. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que quiebra vuestras espaldas y os inclina hacia la tierra, es necesario embriagarse sin tregua. ¿Pero de qué? De vino, de Poesía, de virtud, a vuestro antojo. Pero embriagaos".

    Ni la virtud ni la poesía ¡ ni siquiera el amor! embriagan tanto como el vino; y los sauces bodelerianos buscaron la embriaguez más fácil y completa por desdicha, la que enferma al cuerpo, embota el alma y destruye la inteligencia so pretexto de avivarla.

    Espíritu finísimo era el de Vate Frías, nutrido por una buena formación humanística y por conocimientos no comunes. Pero su pesimismo era instintivo. Así, en el concurso donde su precipitado cuento obtuvo el galardón, adoptó el seudónimo de Nemo, Nadie, y, como lema Homo hominis lupo, o sea: "El hombre es lobo del hombre". Porque la realidad le hería, se alejaba de ella en la medida de lo posible. Por eso amaba los viajes, soñaba con románticos desplazamientos, al Asia, al Oriente, se imaginaba pirata, dueño absoluto de "un velero bergantín". Quiso intitular su único libro El nómade alucinado, voces que lo definían cabalmente. Fugitivo de lo cotidiano, se labraba un mundo de espejismo en donde todo le era grato. En el sentido literal, era un desterrado, fuera de la Tierra. El tiempo, la medida del tiempo, nada significaba para él. Pasaba las horas tocando el piano, leyendo, conversando con amigos en quienes su íntimo diapasón hallaba resonancias acordes con la propia. Rehuía en lo posible el trato humano, salvo el de contados compañeros de ilusiones cuando " el ritmo de la viña" creaba en torno suyo una atmósfera de exaltación. Derrochaba así su talento en divagaciones y sueños, en proyectos, en charlas placenteras, salpicadas de anécdotas y gracejadas. Su tema predilecto para conversar era la Poesía. Gustaba de recitar composiciones de Rubén Darío y se extasiaba ante las proezas de acentuación y las imágenes coruscantes de Díaz Mirón.

    Poeta nocturno, sólo al obscurecer comenzaba a sentirse vivir. Tal cual vez, reconcentrado, a solas en la alta noche, borroneaba un poema, gema purísima que después pulía hasta darle brillo y limpidez de joya. Su poesía es intemporal, aunque fechaba cuidadosamente cada poema, poniendo el año con números romanos. Cuando tras varios lustros de silencio Paul Valéry volvió a la literatura, Frías halló espejos en sus libros.

    Subsistió mal que bien mientras sus "domadores" le aseguraron modesto empleo. Llamaba de aquella manera a quienes le protegían, porque domaban su natural retraimiento. Los principales fueron Vasconcelos, el Lic. Enrique Jiménez Domínguez, el Dr. Pedro de Alba, sobre todo el Dr. José Manuel Puig Casauranc. No le daban prebendas, pero él así lo veía: "¡Dieciséis macanas! ¿Se imagina usted?", me escribía, alborozado, en 1926. Ese sueldo diario le parecía fabuloso, un Pactolo inagotable. Por su puesto, desempeñaba los empleos con infinito desgano y dejadez, evadiendo cuanto podía la rutina burocrática.

    Ganaba bien poco en sus trabajos periodísticos, para él trabajos forzados. A pesar de la paradójica tesis de la rápida caducidad de los órganos de la prensa en los más de sus artículos ponía todo su talento y su arte de poeta.

    Bohemio en cuanto esa palabra significaba despreocupación por lo consuetudinario, voluntaria esquizofrenia, era refractario a lo que para los demás seres humanos constituye la vida cotidiana.

    En dos versos, escritos, resumió su autobiografía: " y viví sin temores de amargura, / sin buscar porvenires neciamente". La realidad se venga con dureza de quienes la desestiman, y el que no busca "porvenires" los halla acerbísimos. Así el Vate Frías. Prefirió hundirse a doblegarse al yugo de la ley que los demás acatamos: el trabajo diario, el que da el pan y no el laurel.

    Ya en torno suyo ha tendido sus brumas la leyenda; pero no es esa la forma de supervivencia  que su obra literaria merece.
 
 
 

Junio de 1961
 

 


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