NUEVA YORK DE DÍA Y DE NOCHE
Michoacán vía New York.- Palabras que cantan.- Novela y Jaikais.- Más poemas sintéticos.- A donde lo bueno abunda.- El libro de Rubén Romero.- Los triunfos verdaderos

Michoacán vía New York

Salgo de Nueva York, "de día y de noche", como quienes se van de vacaciones, en busca de sitios y actividades tanto más gratas cuanto más diferentes de los habituales...

     Más rápido que un tren stream-line más accesible que un trasatlántico, más seguro que un trimotor y casi un yate, porque en él viajo a mi albedrío, es el vehículo que me llevará en este viaje y que no tendrá los accidentes sufridos desde Messer Marco Polo hasta Sven Hedin, doblete contemporáneo del ilustre veneciano.

     Grato aspecto el de mi vehículo; pulcra la "carrocería", llamémosle así, color crema, exornada de oro; matrícula de Barcelona; número serial, 67...

     El interior es a la vez  simple y complejo, pues desplegado el blanco material que guarda, se tendería a los vientos como velamen de fragata, y, como ésta, fragmentado, palpita al menor soplo, en cien alas de gaviotas...

     Alas o velas en ansia de vuelo y travesía... Esas líneas negras surcando la albura, ¿son cuerdas de aparejo, vibrantes como arpas o tupidas redes, repletas de nácares vivos y azogues palpitantes?

     ¡Ah! del skipper o piloto, "Don Rubé", que por donaire luce la concha del peregrino, a fuer de Romero...

     Del intinerario, los nombres dejan en la boca sabores frutales o el frescor de las cascadas tarascas, que tienen nombres femeninos. Raros vocablos castellanos, evocadores tapatíos y los regionales con esdrújulo encanto, donde resuena la lengua ancestral...

     Cantan solos Urecho y Paracho; bailan y juegan Guaracha y a armonía o asociación ideológicas, son pintorescos y significativos; jeroglíficos matizados cual lacas vernáculas o farolillos chinescos alumbrando los caminos geográficos de vaga nomenclatura...

     Pátzcuaro, a la vez sibilante y acuático; Uruapan, que hace flotar en el "agua" azteca, como un nenúfar, la linda sílaba "ua"; ario de rosales, que parece viñeta florida...

     Acaricia los oídos esa gracia nominal y en la atmósfera de las jornadas aspiro, con el olor lacustre, el de la tierra recién llovida, y perfumes, inebriantes hasta el deliquio, de magnolias y chirimoyas, de guayabas y nardos en el tibio plenilunio...

     Y todavía la sensualidad se arregosta en delectaciones veniales, ¡oh, caldo miche, aporreadillo de venado, chachalaca en chile verde y aromado chocolate de molienda!

     Para limpiar esas sensualidades, he aquí la servilleta, ornamentada como un dechado colegial y firmada, como los cuadros y los poemas, por "Emeteria Rodríguez, en la Hacienda del Veladero, en el mes de noviembre de 1904"... ¿Puso su corazón en la obra esta bordadora de Le Reve?...

     Ya limpio de gulas, pasaré  a más finas emociones, una vez que olores y sabores sirvieron, al menos, para situar el campo vacacional y aclarar la naturaleza del vehículo que me transportó...

     Sí, lector, me dejaré de circunloquios... A punto me sugieres que, sobre todo cuando vamos de viaje, la línea recta es el camino más corto...

     Me fui de vacaciones y volé sobre México, a bordo del libro Apuntes de un lugareño, invitado graciosamente por su autor, el poeta José Rubén Romero,  cuyo peregrino ingenio anunció, hace un lustro, el libro de jaikais: Tacámbaro.

Novela y jaikais

     El poeta que, por solidaridad lírica, ocupaba ya un sitio en mi afecto junto con otros cultivadores de esa difícil facilidad que es el jaikai: Gutiérrez Cruz,  González de Mendoza,  Monterde,  Pepe Frías,  Nuñez y Domínguez,  Lozano y otros, revélase hoy como un cautivador prosista.

     En ese terreno de los paisajes natíos; costumbrismo de "interiores" familiares; museo vivaz de "cuadros de género", a Erckman-Chatrian, que son maestros, me recuerda Rubén Romero.

     Pero los poetas de los Vosgos fueron aldeanos austeros y patriarcales y el poeta de estos Apuntes es, aunque lugareño, travieso, desenfadado y claridoso.

     Como revolucionario, puso en libertad a esos vocablos, que, sin ser culpables, están presos en el diccionario y proscritos, si no del lenguaje usual, sí de las letras de molde. Mas ni por ello ni por ciertas situaciones a que alude o que claramente expone, puede el autor ser tildado de vulgar ni de malsano.

     Todo lo contrario. Esas notas pasan a título de color, o, si se quiere, de "calor" local... Sin ellas, en el vacío que dejaran pudiera colarse la hipocresía, más intolerable que el verismo atrevido.

     En cambio, tiene Romero donaires de ingenio y humorismo, que sólo  por excepción lucen los autores de El amigo Fritz.

     Pero, cavilamos ¿no será arbitrario el paralelo entre los autores franceses y el mexicano? No, porque, lejos de hacerlo riguroso, lo adoptamos  sólo como arbitrio del ligero análisis que puede intentarse en una crónica, sin pretensiones de crítica formal.

     El denominador común, en el caso, sería la presencia de una psicología individual, centrada y desarrollándose en escenarios populares, más rurales que cívicos, siguiendo el curso y los meandros de un flujo histórico...

     Pérez Galdós y sus Episodios, pensará un castizo atinadamente. Pero guardando las proporciones, establezcamos los matices, antes de quedarnos a solas con el "Lugareño". En el maestro Galdós predomina el historiógrafo; en Erckman-Chatrian,  magistrales, prepondera el narrador novelesco, y en Romero, todavía discípulo, el poeta no deja de ser tal, aun en medio de lo cotidiano, en villorrios y barriadas.

Más poemas sintéticos

     Es decir, que de no haber poeta, no habría novela; la historia sería efémeride y la anécdota gacetilla... La reacción lírica, emocionada hasta en lo pícaro  y en lo aparentemente trivial frente a los seres y las cosas, es lo que avalora los Apuntes.

     El "Lugareño", que no escatima su ironía a personajes y sucesos, se conmueve ante la naturaleza, y logra transmitirnos su emoción con simplicidad eficaz, a veces admirable, lograda, sin duda, por las disciplinas del jaikai, que Romero cultivó  y sigue practicando en su reciente libro.

     En su ruda inocencia, una niña indígena hace raro jaikai, si bien lastimando a los pájaros: "Piojos grandes en las cabezas de los árboles"...

     "Gran reloj la luna, con el grillo por minutero: cric, cric, cric..."

     "Los burritos del forrajista, ampones de rastrojo, hacíanlo sonar sobre las piedras, como si fuera un mirriñaque."

     La linda novia asomábase al barandal, "encaramada sobre las mazorcas como sobre una peana de oro fino ", sugiere una virgen del altar aldeano.

     "En la pizarra de la noche, las estrellas comenzaron a multiplicar sus guarismos ."

     "Los generales fachendosos -piñatas de Nochebuena-, con charamuscas en las charreteras."

     La Cima: "Se agachan las cabezas para no topar con la bóveda del cielo, de un azul tan fuerte, que parece gritarnos: ¡Cuidado con la pintura!"

     Desde la plataforma, el garrotero grita: "¡Queréndaro!" Y el tren aprende la lección, repitiendo, con el traqueteo de sus ruedas: "Queréndaró-Queréndaró-Queréndaró"...

     "La máquina frena despacio, y en su pescuezo sudoroso languidecen  las crines de humo."

     Al azar, como flores silvestres, estos jaikais esmaltan el campo narrativo, pero hay páginas en que lucen por sí solos, como en un jardín:

     "Noche... Fiesta en la milpa. Los cocuyos hacen su número de "ballet"; canta el orfeón de las ranas, y, para verlo todo, la madreselva se acoda en la tapia como en el antepecho de un palco."

     "Tiraron desde el cielo un bólido brillante como la colilla de un cigarro."

     Y éste, digno de Jules Renard:

     "Hoy me dio una manzana mordida  por su boca. ¡Qué alegría! La fruta y la mujer se han puesto rojas de vergüenza."

    Adonde lo bueno abunda
 
     Lo anterior evidencia la observación de que, de no haber poeta, no habría obra, pues en lo demás el lirismo se subordina al concepto, se esfuma, se hace casi interlineal. Así tenía que ser, pues mayor énfasis  poética hubiera dañado claridad y tersura, ese correr de la prosa como agreste riachuelo, que sólo salta entre equívocas risas, y se enturbia un punto, al chocar contra ciertos ásperos guijarros, enlamados de picardía, y se sume en pequeños vórtices libertinos ya que los arroyos no sólo flores arrastran, sino detritus y cáscaras de la manzana del pecado original...

     Así, entre otros, el episodio homosexual de la Panala y la Barbera, y el de Efrén, mujer de nombre e iniciativas hombrunos, cuya fiebre, exclusivamente femenina, infunde cómicas alarmas de contagio al lugareño, que ni sospecha tan altas curvas de temperatura...

     Creo que, tras de realzar lo bueno en el libro de Romero, puédese apuntar ciertas disidencias, nada graves.

     La sencillez es limpio cristal y clara linfa, capaz de transparentar hasta las menores máculas.

     El arroyuelo arrastra charales muertos, hojas secas, leves imperfecciones...

     El peligro de ser simple consiste en caer en lo pueril o en lo vulgar... Al filo abismal del jaikai -parangón de sencillez-, pueden hallarse áureos cuarzos o raras orquídeas, pero quien pierde pie o pisa en falso, cae rodando grotescamente hasta un fondo fangoso...

     Romero no llega a desbarrancarse, pero resbala, aunque al punto restablezca con su propio equilibrio nuestra confianza en él...

     Ejemplos, cuando escribe: "El pueblo, sobre la sierra, simula el copete de un pollo blanco." "El episodio del novato que caza un mulo tomándolo por venado", etcétera.

     En cuestión de imágenes, que son flor y fruto de la lírica, el "Lugareño" cae en el vicio de contrariar la naturaleza del símil que en función de belleza debe exaltar...

     Muy bien cuando de la locomotora sudorosa y crinada hace un caballo: cuando personifica a la madreselva, o dice: "Las botellas de tequila oprimían la boca con su beso largo y caliente", o que hace que con la hembra se sonroje la fruta...

     Cuando los símiles son justos, como los dos últimos, tienen, por su misma felicidad, además del sentido aparente, otros ocultos...

     Los besos de la botella, cavila el lector, son, a más de lo que el poeta dice, inebriantes, gratos primero, fatales luego; las botellas tienen perfil femenino. La manzana que se sonroja es cómplice de la mujer, como lo fue Eva, y es símbolo de lo que todos saben...

     Así el símil, justo y venturoso, se queda resonando, multiplicándose en círculos concéntricos, como sobre un estanque, en nuestra conciencia conmovida...

El libro de Rubén Romero

     En cambio, otras imágenes denigran al objeto, en vez de exaltarlo... No hay derecho a hacer de una estrella errante una colilla de cigarro, ni es lícito convertir a los "arpegios alados" en pediculus capitis, aunque el autor saque esas feas castañas con la mano de una chamaca.

     "Espúlguese" el "Lugareño", tan fino en general, de semejantes bichos, y no deje ni la sombra de una liendre en la cabellera de su musa...

     Tras de estas salvedades, que sobrarían si no recomendaran la perfección a quien puede alcanzarla, rompa franco el aplauso.

     El libro Apuntes de un lugareño, por la justa psicología de su protagonista, sin complejos enmarañados, ni líbidos exhibicionistas, establece un promedio y realiza un tipo, prototipo quizás, de juventud pueblerina, en general, y especialmente de la que con la Revolución nació a la ciudadanía.

     Esos episodios emocionales y afectivos entre la provincia y la capital, los hemos vivido todos, y en los ímpetus, sinsabores y triunfos que comenta Romero, reconocerán mucho de sus propias vidas quienes, en mayor o menor grado, contribuyeron al cambio de normas sociales y políticas.

     En esa especial función, Romero muestra con su amor a los humildes su lealtad a la Revolución, desde la gesta maderista; mas, para logralo, no recurre, afortunadamente, a esos cuadros espeluznantes, macabros y a veces monstruosos, sin los cuales, para ciertos rapsodas, la epopeya libertaria no puede  existir.

     De esos y otros peligros salva a Romero su don poético, el mismo que lo hizo realizar una fluida obra de belleza, armoniosa, aunque en tono menor, plácido arroyo más que río tumultoso, pero que entre su agreste música lleva ecos de fiesta, risas jubilosas, canciones de adiós, y va reflejando la humilde casona pueblerina, cortijos en verbena, plazas de serenata, seres familiares, amigos idos, cuanto, en suma, cifra la instintiva de joie de vivre o el hondo amor patrio en el corazón mexicano.

     Amable desde hoy el libro de Romero, como los de Erckman-Chatrian también y como los nobles vinos que ellos loaron, ganará con los años y será apreciado por los pósteros.

Los triunfos verdaderos

     A quienes me abordan lamentando la derrota de Casanova y a quienes, sin abordarme, deploran suceso de tanta gravedad internacional, voy a consolarlos, plantando en sus espíritus abatidos más nobles y dignas emulaciones.

     Mientras el púgil, que conjura la abulia y la bulimia, por su pereza, glotonería y su falta de energía o rudimentaria inteligencia para prepararse debidamente, en palestras muy superiores o demostrando inteligencia y carácter admirables, otros jóvenes mexicanos han obtenido victorias en verdad significativas y más importantes para una patria que todos los campeonatos de las manos y de los pies...

     He aquí nombres y proezas de estos muchachos, que, luchando en un medio extraño y con un idioma extranjero, figurarán pronto entre los elementos constructivos de la nueva Patria:

     Luis Enrique y José Rafael Bejarano, de 16 y 19 años, respectivamente, concluyeron los estudios preparatorios, con notas sobresalientes, en la Escuela Peparatoria de Malverne, NY, habiendo obtenido, por sus merecimientos, sendas becas para proseguir sus carreras en Ingeniería química y mecánica.

     La señorita Mercedes Cerdán terminó su preparatoria en la escuela neoyorquina de Rockville, obteniendo el primer lugar en toda su clase, con las más altas calificaciones y el honor de ser elegida para pronunciar el discurso de clausura en la ceremonia, en que fueron invitados de honor el cónsul, don Enrique Ruiz, y otros mexicanos notorios. La señorita Cerdán es presidenta de varios clubes estudiantiles, de artes y deportes.

     El niño Francisco R. Saénz, de 13 años, terminó sus estudios en la preparatoria Humboldt de Manhattan, obteniendo la medalla de oro y varias menciones honoríficas, con la circunstancia de que hizo en dos años los cursos que se hacen normalmente en tres, y en álgebra y francés obtuvo  la mejor calificación entre 400 alumnos. Mereció, además, un diploma  de encomio por haber preparado a un grupo de alumnos retrasados, que tuvo a su cargo e instruyó eficazmente, no obstante su corta edad y su carácter de extranjero.

 Honor a quien honor merece.

         José Juan Tablada.
Nueva York, julio de 1934.
 
 

El Universal, año XVIII, tomo LXXI (6486), 5 ago. 1934, secc. "El Magazine para Todos": 3, 7.

 


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