NUEVA YORK DE DÍA Y DE NOCHE
Fascinación criminal

Fascinación criminal

Aun en esta nación materialmente super civilizada, no hay nada tan sensacional como un gran crimen a no ser un gran criminal...

     En vano la prensa, con verdaderos clamores de alarma, insiste en revelar los preparativos bélicos del Japón, hechos ya en tan grande escala que no pueden ocultarse. En forma de rieles para ferrovías sale de aquí el metal que volverá en quién sabe qué forma, si se realizan los inquietantes pronósticos de los prudentes y de los previsores... Cardúmenes fantásticos de buques guerreros y enjambres mortíferos de aeroplanos bombardas salen cada mes de los talleres navales y aéreos de aquella nación inoculada como tantas otras por el virus rabioso de la guerra.

     Pero diríase con justicia que ni esa amenaza nacional tiene el privilegio de captar la atención pública tan apasionadamente como la está captando el jurado que en estos momentos pone en claro la culpabilidad de Gerald Chapman, el “super criminal”, el “ladrón científico”, el “maestro del crimen”, como se llama alternativamente a Chapman, cuyo irónico semblante desconcierta a los magistrados de Nueva Inglaterra, y atrae las miradas todas del público fascinado y dócil a ese siniestro heliotropismo en el cual todos los rostros se vuelven hacia los negros astros del crimen en el momento de su perihelio.

Las hazañas de Chapman

     Las proezas de Chapman no son excesivas en número, aunque ahora se propenda a atribuirle todos aquellos robos hasta hoy llenos de misterio y sellados por peculiar maestría...

     Pero para hacer célebre a un criminal y conferirle la fácil y torcida admiración popular que rodea a Chapman, bastaría su famoso robo de millón y medio de dólares a un carro del correo, en pleno día y en una de las calles más céntricas y transitadas de esta urbe.

     Cuando ese robo se produjo, eran tan inverosímiles sus caracteres, que nadie quiso creer en su autenticidad. La policía y los expertos creyeron al principio que se trataba de un asalto fingido sobre un robo efectivo perpetrado por los mismos empleados...

     No era posible conceder a un outsider, a un extraño al mecanismo postal, el perfecto conocimiento de todos los detalles que hizo posible el golpe, ni tampoco podía suponérsele a nadie la audacia y la serenidad necesarias para asaltar y robar a la hora meridiana, un carro custodiado por varios empleados, no sólo sin disparar un tiro, ni hacer ninguna violenta maniobra, pero sin llamar siquiera la atención del centenar de transeúntes que deben haber pasado por el lugar del suceso mientras éste se consumó!

     De manera que ante las declaraciones de los empleados postales, los "detectives" sonreían irónicos y reticentes, creyéndolos cuando menos cómplices y el público, ante la suspicacia de los "detectives", sonreía también con sarcasmo, considerándolos tan sospechosos de complicidad en el despojo como ellos consideraban a los empleados de correos...

     Por fortuna para unos y para otros, pronto se averiguó que se trataba de un robo positivo a pesar de esa inverosimilitud que como única huella había dejado el maestro criminal que lo concibiera y ejecutara.

Personajes misteriosos

     Del misterioso super bandido la policía llegó a reconstruir un retrato exacto, pero casi simbólico, una efigie perfecta, a la que sólo faltaba ponerle un rostro de persona viviente y un nombre usado en la vida real... Es decir, faltaba la identificación. La fórmula policíaca era justa, pero tan abstracta como una matemática y las incógnitas X o Y debían ser substituidas por valores reales.

     A varios delincuentes cuadraba la efigie hipotética, pero esa misma circunstancia probaba el error. El criminal, como la verdad, tenía que ser uno. Ese Aranson de Nebraska, tenía que ver algo como Miller de Colorado o con el Keats de Chicago o con el Price de California?... Una huella digital, la leve impresión de los meandros de un dedo tan semejante a un pequeño laberinto, fue en este caso el hilo de Ariadna y Aranson, Miller y Keats y Price, resultaron UNO, fueron cantidades reducidas a un factor común... se convirtieron en Gerald Chapman, nombre que bien puede ser uno de tantos alias, pero por el cual se ha convenido ya en designar al célebre maestro criminal...
 
     Así resultó que el insignificante ladronzuelo de banco provinciano que abrió una caja fuerte con un frasco de nitroglicerina, aplicado tan delicadamente como un pomo de sales inglesas a la nariz de una matrona desmayada, fue nada menos que el autor del robo de millón y medio al carro del correo...

Las evasiones de Chapman

     Aranson, Miller, Keats y Price tenían un carácter común... su habilidad para evadirse de cárceles, penitenciarías o simples recintos policíacos. Cuando esas evasiones se atribuyeron a distintos reos no llamaron la atención, pues a cualquier criminal puede concedérsele la astucia para evadirse una vez... pero cuando resultó que era el mismo Chapman quien así se había fugado, la celebridad y la fama del super-bandido tuvieron un motivo más para agrandarse en el ánimo público.

     De sus evasiones, como de sus crímenes, Chapman no dejó la menor huella, revelando por su técnica operatoria, en uno y en otro caso, la más extraordinaria maestría... Examinando uno de los separos de cierta prisión donde el maestro criminal fuera fugaz huésped, se encontró una barra de hierro limada o corroída por misteriosa substancia, pero de manera tal que levantándose para franquear el paso, volvía a caer sin que fuera posible encontrar en ella la menor solución de continuidad.

     Llevó a cabo otra de sus escapatorias ocultándose dentro de un carro lleno de las cenizas de las estufas de calefacción, para lo cual debe haber desplegado, además de su audacia habitual, el increíble estoicismo para soportar el ardiente calor de las escorias y rescoldos dentro de los que tuvo que sepultarse.

     Irónico por temperamento, cuando fue interrogado sobre sus evasiones respondió sonriendo con desdén:

     -¿Que cómo me fugo?... Pues muy sencillamente... Poniéndome afuera de las paredes de la prisión y dejando a ustedes, mis   guardianes, adentro...!

Intelectual y nietzscheiano

     Se trata en estos momentos de probar que Chapman fue quien asesinó al policía Skelly durante el asalto a una tienda de New Britain, lo cual repugna a sus teorías super-criminales, no por escrúpulos de moralidad, sino porque en su concepto, una sola gota de sangre vertida hace la operación vulgar e indigna de un maestro.

     “Matar o herir siquiera, ha dicho, es substituir la brutalidad por la inteligencia y yo no soy una bestia, sino un intelectual de mi oficio...”

     Tal respuesta inclinó a los periodistas a sondear la supuesta intelectualidad del crimial modernista.

     Lo encontraron leyendo un libro de Conrad,2 cuyo estilo lleno de fascinadoras metáforas, provoca su entusiasta admiración. Habla de los poetas actuales como verdadero conocedor, citando correctamente poesías famosas. Carlos Sandburg,3 el poeta de Chicago, es uno de sus favoritos y de su poema “El dinamitero” recordó aquella extraña concepción de la vida:
 

    Una opulenta cosa
    llena de sangre roja...
     Como le preguntaran su opinión sobre la famosa Balada de la cárcel de Oscar Wilde, dejó ver su filosofía nietzscheiana al hablar del gran esteta como de un cobarde, sin el menor carácter viril. “Un hombre, continuó, tiene el derecho de vivir, a toda costa, su propia vida. No hay superioridad más efectiva y real que la riqueza, ni crimen más imperdonable que el ser pobre”...

     Y con su eterno sarcasmo concluyó:

     -Ya ven ustedes que tengo valor para confesar abiertamente lo que muchos piensan y muy pocos tienen el valor de afirmar!

Bootleggers y bandidos

     Por desgracia el cínico delincuente parece tener razón de sobra al afirmar que la riqueza material es una superioridad que nadie discute y la pobreza una inferioridad que todos condenan, aunque esas leyes que de facto rigen a la vida moderna, no estén escritas en ningún decálogo.

     En los últimos años, sobre todo, esas leyes han extremado su fatal influencia y demostrado su fuerza incontrastable al exaltar a una legión de nuevos ricos, de improvisados y de arribistas, a las más altas posiciones sociales.

     Una muchedumbre de violadores de la ley, proveedores y manufactureros de armas y pertrechos militares durante la guerra; de bootleggers y traficantes de drogas heroicas, salidos de las más bajas capas sociales, habitan hoy palacios de mármol, desfilan por la Quinta Avenida en magníficos automóviles y cubren de joyas a las fáciles bellezas que triunfan en los cabarets.

     Cuando esos hombres vuelven las espaldas, la opinión pública, que finge desprecio y escándalo, recuerda que hace un lustro apenas, los mismos patanes con los brazos desnudos y tatuados servían corrosivos cocteles en las tabernas de arrabal...

     Pero en medio de esas leves protestas que nunca llegan a oír a las claras, los bootleggers de la prohibición y los usureros de la guerra prosiguen impávidos su marcha triunfante, provocando entre los Chapman en agraz, esas reacciones de rebelión amparadas zurdamente por la filosofía de Nietzsche, pero que en el fondo no son sino el ímpetu negativo para restablecer el equilibrio de una justicia totalmente conculcada.

     Y quizás en el fondo, las botellas de los bootleggers sean más fatales para la ley y la salud pública, que el frasco de nitroglicerina con que Chapman solía abrir esas macizas puertas de las cajas fuertes, que para la humanidad plutónica del momento, son las puertas mismas del éxito, del poder y de la felicidad...

         José Juan Tablada.
Nueva York, abril, 1925.
 
 

El Universal, año IX, tomo XXXVI (3093), 12 abr. 1925, 1ª secc.: 3, 6.
 
 


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