LA BELLA OTERO
 

¡Arcángel, loba, princesa, lumia, súcubo, estrella!
Con el espanto de los abismos y la fragancia de los jardines 
pasas devastadora como una plaga; fatal y bella 
                   y en carne urente clavan su huella 
                   tus escarpines... 

Blanco sarcófago de tibio mármol y seno obscuro
lleno de bálsamos y refulgente de pedrería, 
arrodillados hasta tu plinto glacial y duro 
van los amantes para que hieles su amor impuro, 
para que acojas los estertores de su agonía. 

El fiero prócer que entró a tu alcoba, salió mendigo, 
pero glorioso y ebrio del vino de tus histerias, 
hoy rumia lirios..., piensa en tu ombligo... 
¡Y un sol irradia sobre la noche de sus miserias! 

Allá en su celda, habla el demente que enloqueciste 
de tu melena quebrada y bruna 
y de tu vientre árido, triste
y luminoso, como los valles que hay en la luna... 

Cuando bailas sacudiéndote la ropa, 
¿es tu falda suntuosa, inversa copa 
que derrama los almizcles y el ardor? 
Y tus largas piernas dentro de las medias tenebrosas
¿surgen de ávidos abismos o entre jardines de rosas,
son tentáculos bestiales o pistilos de una flor? 

Cuando bailas y tus piernas entre espumas de batista 
                  dejas ver, ¡oh Salomé!, 
con un beso entre los labios la cabeza del Bautista 
                   cae sangrando hasta tu pie... 

Cuando bailas, inflamada, dislocada, enardecida 
y agitadas por tus muslos las ropas vienen y van, 
en el fondo de esa sirte pone el efebo su vida 
y tú la absorbes, siniestra, como a la hoja el huracán... 

¿Qué candor más diamantino que tu crimen y tu incuria? 
Eres pantano y cisterna y oasis y desierto, 
das la muerte sonriendo y el gran sol de tu lujuria 
blanquea las osamentas de los que a tus pies han muerto,
inconsciente como un ídolo, eres trágica y fatal 
y entre flores y cantando como Ofelia..., vas al mal. 

Así brilla en tus miradas un oriente de ternura, 
un candor, llanto represo de tus ojos en las piedras, 
claras perlas engastadas en la torpe ojera obscura, 
o rocío matutino sobre el cáliz de las hiedras... 

Por entre rosas y surtidores y propileos, 
larvas que surcan el alabastro de hundida estatua, 
van por tu carne las caravanas de los deseos 
tras de una estrella polar que es fósforo de lumbre fatua. 

O bien tu cuerpo todo desnudo con ansia treme 
sobre la rada llena de aromas del hondo lecho, 
y cuando partes como la ebúrnea y ágil trirreme, 
al galeote que te tripule dejas que reme 
e hinchas cual vela comba y airada tu blanco pecho... 

¡Y tus suspiros y tus sollozos son tempestades, 
por las canciones de las sirenas atravesadas, 
y abres los ojos y se derraman las claridades,
y abres los labios y soplan brisas embalsamadas! 

Tras del periplo llegó el esquife 
al desamparo del arrecife; 
inertes yacen tus brazos blancos
como dos remos de tersa plata; 
y una bandera -tu cabellera- la del pirata 
tiende su luto sobre tus flancos... 

Sangra en la noche el Desencanto, rojo lucero, 
y desmayando junto al abismo de tus amores 
la caravana llega al osario y al pudridero 
por entre rosas y propileos y surtidores. 
 

Revista Moderna de México, julio de 1906, pp. 271-273.
Incluido en la sección "Caprichos" de Al sol y bajo la luna  (1918).