MUSA JAPÓNICA
 

                      I

Llegué al jardín; en las rosas
juntaban las mariposas
sus alitas temblorosas...

Escuché el dulce murmullo
de una torcaz: el arrullo
de mi amor cerca del tuyo...

Vi sangrar al blanco lirio
cuya palidez de cirio
manchó un trágico martirio.

¡Así en mi ser que devora
la Tristeza, a toda hora
tu recuerdo sangra y llora!

Una garza cruza el cielo,
tiende sobre el sol un velo,
junto al lago posa el vuelo,

¡y en el lago retratada,
su alba imagen sobrenada
temblorosa y argentada!

Así eternamente veo,
sobre el sol de mi deseo
de tu amor el aleteo.

¡Que en mi alma tenebrosa,
una estela al fin reposa
argentada y luminosa!...

Del lago entre los temblores,
cual reflejo de sus flores
van los peces de colores...

¡Tú eres flor triunfante y pura
que en vano copiar procura
mi rima en su onda obscura!
 

                      II

Los pinos que en las colinas
lloraban las ambarinas
lágrimas de sus resinas;

las linternas sepulcrales
de los príncipes feudales,
entre verdes saucedales

y la pagoda sombría
donde eternamente ardía
el incienso noche y día...

En aquel jardín sagrado,
¡el símbolo han evocado
del amor con que te he amado!

De mi amor ¡amor inmenso,
que se exhala si en ti pienso
como el perfumado incienso...

Que en aras de tu hermosura
gastara la piedra dura
con ósculos de ternura!...

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                      III

Ya del jardín alejado,
vuelvo el rostro al sitio amado
donde tanto en ti he pensado

y veo, junto a la laguna,
a los rayos de la luna,
sobre la tiniebla bruna,

que un blanco pavo real
abre su cola, ¡triunfal
abanico de cristal!
 
 

Jardines del Bluff,
Yokohama, Otoño de 1900.

Dedicada "Para la bien amada", en Revista Moderna, III (18) 2ª quincena de septiembre de 1900, pp. 276-278.
Incluido en la sección "Musa japónica" de El florilegio (1903).