TRES ARTISTAS MEXICANOS EN NUEVA YORK

 Marius de Zayas.- Pal-Omar.- Juan Olaguíbel

[Marius de Zayas]

Llegaron de México una bella mañana estos tres artistas que hoy se aposentan nada menos que en plena Quinta Avenida o en el luminoso y palpitante corazón de Broadway.
     Marius de Zayas tiene su emporio ultramodernista, la Modern Gallery en la esquina de la Quinta Avenida y la calle 42; Pal-Omar en el 520 de la misma suntuosa avenida; Olaguíbel exhibe sus caricaturas plásticas en el Hotel McAlpin.
     El más conspicuo es Marius de Zayas. Llegó a Nueva York hace dos lustros y triunfó en seguida, mejor dicho, triunfó antes de llegar, pues desde México envió sus dibujos, que The World publicó. Una vez en la gran metrópoli y en el mismo diario, De Zayas desarrolló un intenso y largo trabajo como caricaturista mundano y teatral, deformando con su lápiz expresivo y sintético las fisonomías de los próceres de la plutocracia, de los 400 de Mrs. Astor y las máscaras de los histriones de Broadway. Allí llegó a tener el artista una notoriedad neoyorquina y acceso a los lugares más herméticos del arte y del gran mundo. Pero para hacerse conocer y largamente retribuir, De Zayas no había puesto en juego sino una parte mínima de su talento artístico y de sus profundas intuiciones estéticas. Redimió sin embargo a la caricatura diarista de su crasa vulgaridad y de su turbia inexpresión perpetuada desde Cruikshank y Rowlandson, imponiendo su manera sumaria y vital, al grado de hacerse seguir por zurdos imitadores.
     El inmediato desarrollo del arte de Marius de Zayas puede verse en periódicos que como Les Soirées de París, Camera Work, y 291, publicaron sus magníficas caricaturas, que al poderoso claroscuro de los grandes aguafortistas, Goya o Rops, unen el poder expresivo de un Sparaku, teniendo además el movimiento hacia lo abstracto que caracteriza la virtud subjetiva del arte moderno. A esta serie corresponde el Rodin que le dio fama. El último resultado de la evolución artística de De Zayas es la "psicografía" o sea la imagen de una persona, no fotográfica u objetiva, sino filtrada a través de la subjetividad del artista que la descompone como un prisma el rayo solar tornándolo en espectro.
     A su obra personal de artista creador une Marius de Zayas la de propagador y exégeta del arte modernísimo, su galería es un intenso centro educativo que ha presentado a Nueva York en sucesivas exposiciones una elocuente historia del arte actual desde la escultura negro-africana y los primitivos de Asia y Europa, hasta los modernísimos "cubistas" Derain, Picabia, o el mexicano Diego Rivera, pasando por los grandes padres del flamante movimiento: Cézanne, los fauves, el pecador y doloroso Lautrec, Guys, dandy y feminista; Matisse, Gauguin, el atormentado van Gogh y cuantos hay de significación en el impulso creador y redentor del arte actual.
     De Zayas es íntimo amigo, artista reconocido y estimado entre los príncipes del Arte Moderno, el iluminado y vidente Picasso, el exasperado Picabia, Guillaume Apollinaire, el poeta y exégeta.
     Como pensador y publicista, posee de Zayas cual nobles ejecutorias sus artículos en Les Soirées de París, en Camera Work y en 291, pero sobre todo su libro African Negro Art que expone científicamente la influencia de ese prodigioso arte expresivo en el moderno y su función inicial en  la expresividad y el dinamismo de la estética actual.
     Si me fuese dado intentar una "psicografía" de Marius de Zayas, tal como me impresiona en su exigua cámara de trabajo, contigua a su galería, habría de representar en abstracto la línea lenticular de su gran frente comba irradiando desde el rascacielos donde mora, como desde un faro, sobre el mare magnum, de esta urbe babilónica, irradiando como un proyector luminoso, grandes haces de luces y evidencias sobre la subhumanidad y la vieja conciencia plástica atónita y ya herida de muerte...

Pal-Omar

Se llamó José de Torres y de Palomar en Guadalajara-la-Blanca, su ciudad natal, hace ya largos años...
     En su avatar neoyorquino, al hacerse célebre aquí, lo llaman Pal-Omar: "Pal" en inglés, es "copain" en francés, o "vale" en mexicano; prefijo de simpatía cariñosa unido a Omar, poético nombre persa aquí notorio por vagas reminiscencias del Rubaiyat...
     Así: Pal-Omar, le llaman las actrices del Winter Garden, y los artistas de Washington Square. Los joyeros y los mercaderes millonarios sonríen cuando Pal-Omar pasa por la Quinta Avenida, pues les es familiar el capisayo,  el sombrerón de anchas alas, la negra silueta del artista sólo interrumpida por una cabellera de carey deshebrado.
     En Nueva York, por su aspecto, Pal-Omar es único y tan pintoresco como ese apolíneo tenor escandinavo que sin sombrero y en pulcro traje de tennis suele pasear por la ciudad, con una rosa en la mano, aun bajo las nevadas del invierno.
     El aspecto de Pal-Omar desconcertaba al principio a los atareados burgueses de Nueva York y despertaba en sus conciencias ponderadas, terremotos de hipótesis, seguidos por eclipses totales de incertidumbre. Algunos creyéndolo eclesiástico lo saludaban con respeto; otros viéndole por detrás la luenga melena y el capisayo ambiguo lo tomaban por suffragette. Pero entre tanto Pal-Omar ajeno a todo lo que no fuera el cultivo y la propaganda del arte por él solo creado y denominado "kalograma", iba dándose a conocer. Hizo su primera exposición hace tres años en el 291 de la Quinta Avenida, en los salones de la Secesión Fotográfica que era entonces el sitio de reunión de los artistas revolucionarios. Allí tuvo un franco succés d'estime. Demostró su arte con una multitud de kalogramas de grandes dimensiones, que hacían correr por los muros del salón suntuosos y rítmicos frisos de rutilantes colores y armoniosos arabescos, en su mayoría nombres femeninos que seducían con el triple encanto de la mujer, de la gema y de la flor.
     Pero antes de seguir, en obsequio de quienes lo ignoren, digamos que el kalograma es el nombre de una persona expresado por virtud artística de la línea y del color y dando por la combinación de estos elementos algo de la psicología del sujeto de una manera simbólica a veces y en otras abstracta, ya objetiva como en el arte del blasón o bien sutil como el aura espiritual de los teósofos. Es, pues, el kalograma heráldico y aún kabalístico, material y concreto como las armas parlantes o etéreo y suprasensible como la coloración literal del poeta Rimbaud. En la forma tiene algo del arte sigilar babilónico, algo de la inscripción cúfica, algo también del ideograma arcaico de la China y de los sellos japoneses. Es, en fin, un microcosmos, una parva obra de arte que capta en sus retículas e iris el estado de alma esencial de una personalidad, como una gota de agua puede reflejar todo un jardín. En su pequeñez se magnifica como esas estatuillas minúsculas, los netzukes nipones, que por la harmonía de sus líneas y fuera de relaciones de escala, suelen tener la grandeza de la estatuaria hindú y griega –son respecto del vulgar monograma lo que una flor a una legumbre, o una piedra preciosa a un guijarro, o un pavorreal a un pavo a secas...
     El kalograma, pues, tiene un aspecto exotérico para el ojo del vulgo y un sentido esotérico para los artistas y los refinados. Los numerosos imitadores que parodian torpemente el arte de Pal-Omar se han quedado en el primer aspecto y Palomar generoso, ha bautizado sus obras llamándoles "kakogramas" con la raíz que al mismo tiempo que lo feo designa al ladrón fabuloso y por antonomasia a los imitadores sin escrúpulos.
     Tiene el artista kalogramas admirables, entre ellos el de la primadonna Minerva Young; la M y la Y enlazadas engendran la figura de un búho, el ave de Minerva y de la sabiduría. El de la Bella Otero encumbra la pandereta de los bailes flamencos; el de Sarah Bernhardt es un gesto patético de la gran trágica; el de Marius de Zayas es una estructura cubista; en de la Pavlova es visible el movimiento de los alados pies... Ese y otros kalogramas revelan un sorprendente dinamismo que ondulan, giran o mueven sus líneas enlazándolas o confundiéndolas.
     En el medio artístico de Nueva York impermeable y rutinario, el arte originalísimo de Pal-Omar ha encajado ya su punta de diamante; pero como no es diamante de genio sino oro de financiero lo que aquí se necesita para el anuncio omnipotente, Pal-Omar, que tiene ya el succés d'estime, pronto tendrá el beneficio acuñado. The World le dedicó una plana a colores; Harper's Bazar un gran artículo. Vincent Astor y otros millonarios le han encargado kalogramas. En espera del triunfo Palomar persevera y en su estudio de cristales de la Quinta Avenida, que parece un invernadero donde se abren las raras orquídeas de su bello arte, Palomar trabaja como un monje miniaturista, manejando un pincel que se arrastra lentamente como un gusano de seda hasta que en la crisálida de las líneas grises algo palpita y arde y sobre el papel parece volar el "kalograma" matizado y vivaz como una mariposa!

Juan Olaguíbel

 En este triunvirato de artistas, Olaguíbel es el recién llegado y por su edad el benjamín. Tiene apenas veinte años y en su rostro de efebo los grandes ojos rasgados y la sonrisa irónica recuerdan a los Hermes de la Grecia Arcaica. Pertenece a esa flamante juventud mexicana en que descuella el docto "abate" González de Mendoza, el agudo Manuel Horta, Guillermo Jiménez el vivaz cronista y el sensitivo poeta Maria y Campos.
     Olaguíbel un bello día comenzó a modelar en arcilla, haciendo surgir del barro inicial una multitud de homúnculos que se contorsionaban, gesticulaban o reían y en los que la curiosidad pública, justamente atraída, comenzó a discernir imágenes de notorios artistas y políticos en boga, de militares, aviadores y de todos aquellos, en fin, que por su popularidad pudieran ser fácilmente identificados. Olaguíbel celebró su primera exposición en el Círculo Francés de México y el poeta Villalpando lo consagró en una crónica, que como todas las suyas era bella, sustancial, generosa. El orador Urueta, el periodista Palavicini, el actor Beristáin, "Tata Nacho" tan pintoresco como el Anatolio de "Manette Salomón" estaban allí, entre otros muchos, droláticamente plasmados en arcilla, violentamente pintarrajeados de bárbaros colores y deformados por el "estique" truculento del regocijado imaginero.
     Después Olaguíbel hizo la caricatura plástica de todo México. Puso de moda el bar "De Phalermo" porque en él a diario exhibían una nueva caricatura que era siempre vendida o rematada a precios inusitados en aquel mercado artístico. Un día tuvo la inspiración de hacer una caricatura del presidente Carranza y de llevársela personalmente. El grave magistrado sonrió, y comprendiendo que tenía en frente a un artista verdadero, le hizo un generoso donativo de su propio peculio aconsejándole que viniera a Nueva York a producirse en mayor escala.
     Aceptó el escultor, vino a esta metrópoli y "cayó en la sopera". Fue desde un principio el "Candy Kid". En medio de las preocupaciones de la guerra, en los últimos días febriles, su exposición en el McAlpin fue un gran éxito. El escaparate donde exhibían sus obras atraía tantas gentes como los boletines de la guerra. Sucedió que una estatuilla destinada a exhibición no llegó a serlo, pues un entusiasta la arrebató al artista pegándole y huyendo...
     Olaguíbel se creía aún en "Phalermo"... Por lo demás, nunca vi a un extranjero adaptarse tan pronto y tan cabalmente a un medio extraño: Olaguíbel se ha hecho neoyorquino en dos meses. Me lo encontré casualmente en la Quinta Avenida vistiendo como un dandy de Broadway. Venía del New York Herald de hacer la caricatura del Director y se dirigía al Knickerbocker a concluir la de Caruso. Sospecho que iba a cenar con Vanderbilt y que no me lo dijo por... modestia. No tenía un centavo en la bolsa pero parecía que el Rolls Royce a la vera de la banqueta, era de su propiedad; tal era el aplomo del chico y su bella y juvenil confianza en un luminoso porvenir!
     Al principio tuvo dos semanas congojosas. Lo cogió una onda fría con zapatos bajos y sin paletó, pero después, ya equipado, su única preocupación fue que no hiciera aun bastante frío para calzar polainas y vestir un brumelesco sobretodo.
     Cuando modela una de sus estatuillas geniales, que recuerdan las charges del poderoso Daumier, el brazo izquierdo de Olaguíbel, se mueve, sujetando el barro, con movimientos torpes y penosos.
     Cierta vez mientras modelaba el rostro de una bella mujer, alguien interrogó al artista:
     –Oiga, Olaguíbel, ¿por qué entiesa usted el brazo al trabajar?...
     Sin interrumpir su tarea, el artista contó entonces una historia sombría y dolorosa semejante a una sangrienta pesadilla.
     Hace dos años (tenía 18) tuvo que ir a ver a su hermano, gerente de una planta de luz, en la montaña. Por la noche los bandidos zapatistas llegaron incendiando y matando. El escultor y su hermano fueron sujetados juntos a un árbol y fusilados. La bala que mató al hermano destrozó el omóplato del artista, que ensangrentado y fingiéndose muerto fue abandonado al fin en la noche de la montaña.
     Olaguíbel reveló esto sin que se velara la claridad de sus grandes ojos herméticos, como si el horror de aquella noche hubiera llevado para siempre a su alma ingenua la convicción de que la injusticia era ley inexorable de la vida...
     Pero bajo las manos del artista, el bello rostro de la mujer que modelaba, infundiéndole un fluido vital, se crispó de pronto, como el de una musa adolorida, como si la vivificara el sufrimiento, como si rompiera a llorar...

José Juan Tablada
Nueva York, noviembre, 1918

 

El Universal Ilustrado, 17 de enero de 1919, en el CD-ROM La Babilonia de Hierro.