Portada de Picasso para Les Montparnos

 

FICHA CATALOGRÁFICA
 

96. Serie de 37 recortes de diversas publicaciones.

13) Portada de Picasso para Les Montparnos.
Blanco y negro.
4 x 5"
[En la parte superior: "Composition de Picasso pour la coverture de 'Les Montparnos'".]
 
 

NOTA
 

Pablo Picasso pintó esta portada para el libro Les Montparnos. Roman nouveau de la nouvelle bohème cosmopolite, París, A. Fayard, 1924, de Michel Georges-Michel. El 23 de marzo de 1930, Tablada publicó en El Universal una extensa y erudita reseña de la novela que, en su segunda edición, fue ilustrada por Picasso, Modigliani y Zárraga. En ella, el poeta escribió que:

La novedad consiste en la flamante edición, profusamente ilustrada por los mismos montparnos, los artistas todos que figuran en la novela, francamente o bajo nombres alterados.
    Y la boga del libro se debe sin duda a lo mismo que motivó la nueva edición, a la confirmación que los hechos acaecidos en siete años, hicieron de las profecías del autor y que añaden prestigios de clarividencia a su obra, ya interesante por su índole de biografía novelesca, hoy tan gustada.
    Porque es la tragedia del apóstol del ideal luchando por implantarlo en el mediocre materialismo de la vida moderna, Les Montparnos es esencialmente, lo mismo que Manette Salomon de los De Goncourt y que L’Oeuvre de Zola, sin más diferencias que las que implican los diversos medios sociales y las modalidades que el ideal estético asume...
    Pero en el fondo, el fauve Claudio Lantier de Zola, el luminista Coriolis de los De Goncourt y el cubista Modrulleau de Georges-Michel, son el mismo doliente protagonista de la cruzada redentora, el mismo hijo de Prometeo encadenado, roído por los buitres de la incomprensión y ensalmado sólo por las fascinadoras oceánidas de sus éxtasis y sus intuiciones estéticas...
    Los tres héroes lamentables llegan al suicidio por el conflagrado camino de la locura, aun el mismo Coriolis, que si no perece por muerte violenta, sí padece una especie de locura atónita y se "entierra vivo" en la carne insaciable de la Circe judía que lo embrutece y lo aniquila... [...]
    Intrínsecamente el libro Les Montparnos es todo amargura, como que pinta una etapa de crisis espiritual, tan espasmódica y convulsiva como los tipos que la sufren, desde la princesa Laurence, toda elación, hasta la pobre "Frijol bayo", humilde, abnegada y ferviente, desde Modrulleau, bello como un arcángel de Gentile de Fabriano e indómito, a la vez resplandeciente y hosco como un Lucifer.
    Todos esos personajes, desde el rapaz, marchand de tableaux, el Shylock rumano Afthalier, hasta el frenético y destructor Outrokikempak, que semeja la personificación del bolchevismo, cruzan sus vidas fracasadas en el libro de los zig-zags y los truncos constrastes de un cuadro cubista a la vez disparatado y austero.
    El drama sostenido siempre con ritmos de terremoto, sincopado y a contratiempo como un jazz, alcanza a veces las crudas truculencias del Grand guignol...
    De ese cuadro cubista donde el fragmento de guitarra parece guardar el eco de un aullido, donde los dedos sangran en la sensación táctil del pedazo de lija y el ánfora de una cadera mujeril, al revés de Galatea, se vuelve cemento armado y las mayúsculas estarcidas, dicen ñoñerías dadaístas y Arlequín se torna en sobrecama de pobre [...]
    Para los lectores que no conozcan el libro haré un rápido esquema de Les Montparnos, que con los floridos bailes de Mei-Lan-Fang enciende hoy luces de bengala en la gris imaginación de Nueva York... En trescientas páginas, profusa y bellamente ilustradas por Modigliani, Picasso, Léger, Fujita, el sutil japonés; Bakst, el suntuoso ruso, la encantadora y deslumbrada Helena Perdriat, la Gontcharova, matizada gallina de El Gallo de Oro; Juan Gris, el mexicano Zárraga y otros aún, se desarrolla la vida del héroe y mártir Modrulleau, muerto en olor de santidad artística y que muchos identifican con el real Modigliani, genial y desorbitado, que pasó por la tierra pintando innumerables mujeres dolorosas y tronchadas como las tardes de su propia vida...
    Entre pintorescas decoraciones del Montparnasse, fugaces y espléndidas vistas de Roma, evocaciones de sádicos cabarets alemanes, pequeños croquis parisinos, esplendorosos de refinamiento o sórdidos y misérrimos, el protagonista promulga su airado y purísimo evangelio de arte y recorre con plana ensangrentada las estaciones de su vía-crucis.
    Lo ayuda en el tránsito la ingenua y rústica "Frijol bayo", lo deslumbra y luego lo envuelve en los regios armiños de sus amores la princesa de Laurence, que desgarra su prístino blasón por el pintor apolíneo y visionario y la comparsa que acompaña al héroe en el curso de su vida siempre paroxística, es la humanidad más imprevista, más original y exótica que pueda imaginarse y que logra sólo reunir el carnavalesco cosmopolitismo de París...
    Interiores que parecen antros de Goya o palacios del Piraneso; los sótanos y las buhardillas de la bohemia más crasosa, el salón de Isadora Duncan, donde Mesalina quema perfumes y danza la cortesana Imperia; los talleres de artistas hembras, y hombres norteamericanos, donde los renegados del materialismo comienzan la vida ideal, tan puerca y bárbaramente como los primeros pioneers inauguraron siglos ha la vida agrícola-industrial...
    Y, nota ínfima, el estudio donde Ángel Zárraga pinta enfundado en un hábito de fraile capuchino, "austero y nutrido de escolástica pictórica" y pronunciando con labios unciosos y fruncidos –ante Modigliani– uno de esos sermones estéticos con que suele evangelizar a sus amigos [...]
    El libro está lleno de teorías y juicios artísticos que hoy pueden parecer triviales, pero que hace siete años fueron justos y clarividentes y que aún hoy pueden servir de enérgico catártico a muchos críticos y aficionados, cuyo lento metabolismo no les permite todavía, ya no asimilar provechosamente, pero ni siquiera digerir, los trozos de mezcla, los violines rotos y los papeles de lija del cubismo...
    De ese cubismo cuya esencia instrumental y provisoria sentimos íntimamente cuantos lo usamos, plástica o líricamente, Georges-Michel dijo por boca de alguno de sus personajes cosas exactas...
    Le llamó la charnière, ni siquiera la puerta de un futuro edificio de arte, sino la bisagra de esa puerta libertadora...
    Por haber comprendido esa misión apostólica y haberse identificado, a ultranza, con ella, resulta noble, ejemplar y aun sublime el héroe del libro, Modigliani-Modrulleau... Oídlo consciente de su holocausto:
    "Preparamos el camino para 'un alguien' que vendrá. Sí, lo mismo que en la Edad Media, todos los primitivos con Giotto, y Masaccio y Signorelli, prepararon inconscientemente y quemando su vida, esa flama entre las altas flamas: ¡Rafael! Así nosotros, pero conscientemente damos nuestra vida por aquel que, recogiendo todos nuestros esfuerzos en un haz divino, habrá de iluminar al mundo!..."
    Poco importa que en la famosa entrevista de Roma con Diaghileff, el demiurgo de los ballets rusos, Picasso haya librado a Modigliani-Modrulleau del embovedamiento del cubo, haciéndolo añicos, como si fuera de cristal...
    Ya el patético artista había dado su carne y su sangre a los demás, ya había encontrado otro cubo más grande y perfecto que el sólido platónico, el de los misterios de Eleusis, el de los juguetes de Dyonisos, el niño divino... [...]
    Ya entonces Modigliani-Modrulleau había dado toda su vida, toda su sangre, para los demás, para el Mesías de la belleza por venir, no sólo en su doloroso vía-crucis, sino sobre el suave regazo de Haricot Rouge y entre los brazos febriles de la princesa de Laurence... [CD-ROM  La Babilonia de Hierro].

 

JESC