NUEVA YORK DE DÍA Y DE NOCHE

2 de noviembre.- El ritual funerario.- Mesas de ofrendas.-
Necromaquias amarillas.- Carne y huesos...- Esqueletos
náufragos.- Para amar más la vida


2 de noviembre

2 de noviembre...
     Por mi ventana, ya cerrada a la cruda intemperie, veo pasar entre los follajes crujientes las frías ráfagas que ya ensayan los próximos blizzars, ventiscas y nevascas...
     2 de noviembre... La fecha parece salir del calendario entreabierto y plantarse ante mí insinuante, casi conminatoria...
     ¿Pero qué, voy a escribir una crónica más, sentimental y melancólica, enmedio de esta ciudad sin sugerencia, donde vivo prisionero y sujeto a sus disciplinas carcelarias, que prohiben, bajo inmediatas penas, todo devaneo romántico, toda escapatoria a los libres espacios metafísicos, más allá de los utilitarios muros de hierro?...
     ¡Rompe, galeote, las duras piedras de tu tarea diaria; aligera, triturándola a martillazos, la roca de Sísifo que te abruma; aligérala un punto para volver a comenzar mañana!...
     El sol, filtrándose por la ventana, proyecta sobre mi "pijama" rayas de sombra e imitando así el rayadillo del galeote, el sol confirma irónico mi símil...
     Pero algo hay más poderoso que los férreos reglamentos de esta urbe carcelaria y que sus capataces: el invierno que llega, la depresión que prevalece y la penuria, enfant terrible, hija de ambos...
     Es el espíritu de la raza; el misterioso numen de cuya boca de ídolo surge la fecha "2 de noviembre" como los filácteros de los labios arcangélicos.
     El espíritu de la raza que, integrándose en mi conciencia, la posee, la domina y me hace asir la pluma y me señala el negro tintero y la maquinilla de escribir, que bajo su negra cubierta semeja una pequeña tumba.
     Y me exhorta a cumplir los milenarios ritos del pueblo que es mi pueblo...

El ritual funerario

     ¿Intentaré la necrología y el panegírico de amigos desaparecidos durante el año que expira: Manuel Puga y Acal, José J. Gamboa, Carlos Puig Casauranc, Amador de Campomanes, el último, caído trágicamente, Bartolo Rodríguez, de Tampico, y otros más?...
     No, las necrologías individuales no son ritual del espíritu de la raza, que se alza y se confronta con la muerte misma, de potencia a potencia, de majestad a majestad...
     Es la muerte tan inclusiva como la gran Teoyamique del salón de monolitos, tan plástica como los ídolos de piedra y los cráneos estilizados en los códices; tan monumental e imponente como las pirámides alzadas por el atlatl guerrero, el ensueño sideral de los astrónomos y los ritos, que, siendo indígenas, eran ritos de muerte...
     Las pirámides con entrañas de osamentas, las pirámides rayadas de meridianos, sobre cuyo pináculo, como sobre un pivote ideal Tonatiuh, giraba con aspas de glifos y humeaba la luna, el agorero espejo empinado hasta el zenit por el brazo del gigante mago negro Tezcatlipoca.
     Las pirámides guerreras y astrólogas como los mismos emperadores-pontífices...
     Migajas de esa plasticidad ciclópea, formidable y empapada en sangre humana, son ahora todos nuestros artificios populares; las tumbas de negra madera, exornadas con tracería de encajes por el fino pincel cargado de blanco; las calaveras de azúcar; los esqueletos títeres...
     Tumbas de juguete... cráneos de confite que se comen en derivación de canibalismo, "sublimado" quizás, según Freud, y dulcificado seguramente... Esqueletos para la nursery que cambia en vil jazz la trágica danza macabra...
     No sé de país alguno en toda la tierra que así desvirtúe y desnaturalice a la muerte...
     "El mexicano es macabro y se desintegra a su manera", dice un moderno filósofo...
     Pero aquí no es la vida, sino la muerte, la desintegrada... lo cual es un colmo, ¡un colmo estupendo!

Mesas de ofrendas

     El espíritu racial que me posee y a quien obedezco, sonríe ante mi servil docilidad mas no con la mansa sonrisa de las tla, sino con el socarrón y malévolo reír del ídolo Macuilxóchitl.
     Los útiles de mi oficio corresponden a los del funerario ritual indígena; el papel blanco idéntico; mi tinta corresponde al "uli" negro que embadurnaba a aquél y, en último caso, mi buida pluma puede bien ser la espina de maguey para el autosacrificio...
     Hagan de copal, de incienso votivo, en vislumbre y fragancia, esos jirones de niebla matinal que aún no se disipa y ese acre aroma de follajes otoñales que al entreabrir la ventana llega desde el jardín...
     ¡Muy bien! All right!, diré mejor, para violentar el contraste entre el numen que me posee y el ambiente sajón.
     A oficiar cual oficioso teopixtle, a preparar la ofrenda mortuoria para mañana, para la fecha con que el calendario cristiano reemplaza la del Tonalamatl o Papel del Sol, un rosario donde las enormes cuentas son los cráneos de sien a sien y de cien en cien taladrados por las barras del Tzompantli, que en el recinto del Templo Mayor, "intramuros" del Coatepantli o muralla de serpientes, hizo temblar al propio capitán aguerrido y escriba ilustre, mi señor don Bernal Díaz...
     A oficiar ante la muerte, no importa bajo cuál meridiano, pues doquiera la deidad es una, y asfódelos helénicos o cempasúchiles aztecas son flora del mismo invernadero...
     A oficiar para que al despuntar la aurora de mañana, el flavo sol otoñal vea todo en orden.
     Sobre la mesa de la ofrenda, cubierta con mantel de papel picado, al fulgor de los cirios que lloran lágrimas de cera, las frutas de la estación; las otoñales flores con el cempasúchil, máximo emblema; las calaveras de dulce ensangrentadas con fucsina y tatuadas de oro volador; los punches color de lavándula; los bizcochos de muerto cruzados con canillas y espolvoreados con grajea rosada y por donaire un "entierrito", cuyo ataúd cargan parvos frailes de blanca sobrepelliz y rugosas cabezas de garbanzo...

Necromaquias amarillas

     El espíritu me lleva a la biblioteca, donde sin querer cojo un libro. ¿Por qué ese entre cien? Subconsciencia infalible y matemática. Lo doblo, es un flexible libro japonés, y al dejar correr sus páginas entre índice y pulgar vislumbro el quid. La "mangua" de Kiosai me revela su osario... Dos, cuatro páginas de esqueletos humanos en vertiginoso dinamismo, en zarabanda frenética que casi parece dejar oír el golpe seco de las vértebras entrechocándose...
     Tema para las variaciones; dos grandes esqueletos frente y perfil a toda página, y variaciones marginales, mínimos esqueletos acróbatas...
     Uno de frente, en escorzo agazapado, con piernas abiertas y manos sobre los muslos como el cacher en el beisbol; otro serpentino en su danza, tanto que la espina dorsal se le hace una letra S...; otros jugando al "burro"; otros luchando y otros jugando con esqueletos de paraguas y esqueletos de abanicos.
     Alguno asestó tan formidable golpe a su rival que lo hizo caer deshuesado, hecho añicos, desmenuzado en costillas, vértebras, falanges, "tanganitos"...
     Memorable necromaquia, prólogo de La resurrección de la carne todavía osamenta, terremoto del osario galvanizado; humorismo de amargo sonreír que deja caer cenizas a su paso...
     ¡Con leve perfil carnal sobre los blancos huesos las osamentas se destacan sobre el fondo gris perla de las páginas en fina armonía rosa y plata que sólo el gran Goya y Lucientes conoció!

Carne y huesos...

     Ya por asociación recurro a otro libro. The Dance of Death, La danza de la muerte, del inglés Rowlandson, un doble a muerto que debe haber escalofriado a las duquesas y altivas ladies enmedio de la frivolidad galante del siglo XVIII inglés...
     Tanto deben haber temblado al hojear ese libro que el perfumado polvo debe habérseles caído de las pelucas empolvadas, tanto que quizás una lágrima furtiva les desvaneció el colorete y les despegó el lunar postizo...
     No era para menos, pues es grave, y debe haberlo sido más entonces, el compás de esa Danza, con música reseca de xilófono y chasquear de castañuelas de hueso.
     Con mano enguantada de blanco, Cagliostro había entreabierto la puerta del más allá, donde todo no era parodias de Venecia sobre el Támesis ni minuetos importados del Trianón...
     Aún el poeta Carpenter no había puesto bajo la cabeza de los agonizantes su suave almohada del Arte de morir, pero a la Danza macabra de nuestro contemporáneo el poeta Algernon Blackwood, sobrino nieto de Edgar Poe, el truculento Rowlandson había anticipado la suya, gráfica, descarnada, archirrealista, con el crudo verismo del roastbeef que chorrea sangre y grasa en la cocina pictórica de Hogarth.
     Carne robusta y rosada de los vivos y osamentas "huesos gordos" de los muertos sajones, pudieran ser la fórmula pictórica esencial de esas pasmosas acuatintas de Rowlandson, que a la nota caricaturesca de Cruikshank agregan la mundana elegancia de Lawrence, Reynolds y los petit-maîtres británicos...

Esqueletos náufragos

     La muerte, en su monda representación de esqueleto, es leit motiv de las setenta estampas, lindas acuatintas a colores, como sólo han hecho los ingleses, que forman los dos volúmenes de la obra...
     No hay personaje, ni situación, ni actividad olvidada por el buril del artista, desde los cortesanos del Buckingham Palace, hasta los hampones de White Chapel; desde la marquesa enjoyada y pomposa hasta la astrosa meguera de los muelles, todos bajo las bujías perfumadas o ante las fuliginosas lámparas de aceite, en el escondido monasterio, o el boudoir tapizado; en la cita de amor o en la palestra del box ven atónitos aparecer al esqueleto implacable, pertinaz símbolo de la muerte.
     Y si éste no tiene la riqueza sorprendente en arabesco y dinamismo del maestro japonés Kiosai, en cambio el paisaje, los escenarios y las decoraciones de Rowlandson son los más variados y pintorescos documentos de la vida inglesa en la centuria décima octava.
     Y el humorismo inglés, basto y rabelesiano, es tan caudaloso y desbordante que en la marejada de carne viva y robusta parecen naufragar, no obstante su omnipotencia simbólica, como secos leños a la deriva los huesos casi descoyuntados del esqueleto inglés...

Para amar más la vida

     Siento que a mis espaldas el espíritu de la raza sonríe, no ya irónico, sino satisfecho, ante mi obediente fidelidad a los ritos...
     Porque como el sabio Khong-Tseu (Confucio), el espíritu de la raza nos aconseja no tratar de penetrar los misterios insondables, respetar los arcanos metafísicos y, sobre todo, dejar en paz a los fantasmas.
     Pisa la tierra firme, con sus plantas de ídolo, con pies de piedra que se incorporan a la tierra y deja que su pensamiento flote apenas como el humo del copal votivo que se disuelve antes de llegar al cielo...
     Siendo así, quiere que los ritos de su culto sean plásticos y substanciales como las ofrendas a los difuntos, el pan de muerto, el "punche", los frutos que gotean miel.
     Metafísico nada, más que la luz de las velas, o la fragancia de los cempasúchiles o el humo perfumado del copal...
     Los niños juegan con juguetes fúnebres; el charro luce por chapetones de su jarano cráneos de plata con las tibias en cruz; la china, con sus dientes menudos entre los labios pulposos, muerde y saborea la calavera de azúcar...
     Todo plástico, todo substancioso, cosas de muerte que quizás por contraste estimulan a vivir plenamente y hacen amar mejor la vida...

José Juan Tablada
Nueva York, octubre de 1931

 

El Universal, 1º de noviembre de 1931, en el CD-ROM La Babilonia de Hierro.