NUEVA YORK DE DÍA Y DE NOCHE

 Per troppo variare...- "291".- El pintor trágico.- Verdugos y arcángeles.-
Mujeres, caballos, fords.- Dios y el diablo.- Como en los caballos puntualmente.- "¡Vete a un convento!"

Per troppo variare...

De dos cartas que llegan de México, una pregunta por "Kid Chocolate" que no obstante su remoquete de opereta vienesa es el gladiador nunca vencido, aunque siempre defraudado de esta palestra, y la otra dice que ha echado de menos en estas estafetas neoyorquinas a Mildred, la versátil y especiosa amiga que en ellas suele aparecer...
    Tales cartas significan que un lector tiene especial interés en deportes y boxeo y que una lectora desearía saber por boca de la super flápera qué preocupaciones embargan hoy la mente femenina...
    Otros lectores han insinuado y aun pedido como tema de estos escritos asuntos de su predilección; quien la crítica de arte, quien otro el comentario de las teorías trascendentales que aquí se renuevan sin cesar; uno opta por teatros y cines y el de más allá desea como pasto de su curiosidad los espeluznantes sucesos del underworld, del sombrío monipodio, mas ninguno parece tomar en cuenta el deber del cronista de reflejar la vida múltiple y complacer al público heterogéneo...
    Así, antes de abordar algún asunto, debo ver si otro de índole semejante no lo ha precedido recientemente, salvo los casos en que la repetición misma del suceso origina su interés y refrenda su actualidad, salvando de tal suerte escrúpulos y procurando la indispensable variedad...
    No he vuelto a ver a "Kid Chocolate" desde que descubrí que su dinámica euritmia y su pugnaz fiereza me causaban menos alborozo que indignación las infames trampas de que es víctima... Mildred hace días se partió indignada por su fracaso al pretender que el mediocre perfume que impregnaba y que me estaba atosigando era "Channel Nº 5"... y como la crónica anterior fue moralizante y la que la precedió de exégesis literaria, ésta versará sobre las flamantes exposiciones de pintura que atraen a Nueva York, amén de otros temas trágicos y eróticos...

"291"

En la Quinta Avenida existió hace tres lustros una casucha gris y desconchada, cuyo número "291" se hizo célebre en los fastos del arte.
    Era el taller de Steiglitz, gran fotógrafo artista, y que, como los artífices chinos que frugalmente viven de té y de arroz, no trabajaba sino estando de vena y cuando el asunto lo seducía...
    Dotado de intuición y un tanto mecenas, Steiglitz exponía en un salón del taller destartalado, obras de artistas incipientes entonces, befados por la crítica chata y todos los cuales son hoy célebres y ricos: Picasso, Derain, Matisse, Braque y otros...
    El principal colaborador de aquel emporio de profecías plásticas fue un mexicano, un civilizador de Nueva York, Marius de Zayas, que quitó a esta urbe las escamas de los ojos, trayendo y explicando en folletos y conferencias las entonces misteriosas y desconcertantes obras del Esprit nouveau...
    En aquella capilla iniciática del "291" conocí a Pascin, el original y desventurado pintor, con cuyas obras acaba de abrirse una Memorial Exhibition...
    Sobre los muros, entre los arabescos de las "naturalezas muertas" de Picasso, los volúmenes de Braque, las truncas maquinarias de Picabia y el monumental tartamudear cubista, distinguí algo preciso, literal, de un realismo que parecía deshacerse como el cadáver de un ahogado o las frutas demasiado maduras.
    De pronto las acuarelas lavadas y perfiladas luego, nerviosamente, me recordaron a Guys; adelantándose a la gentilhombría de éste, sucedió la canallesca y doliente perversión de Toulousse-Lautrec y ésta fue precisándose sin el aparato teatral y circense, confinándose a muchachas reclutas de Venus y engañosamente colegialas, a humúnculos atenoriados, a una humanidad de barriada viciosa y juventud marchita de miseria.
    Y aquí y acullá ampos como de crepúsculo y de flor entre camisolas flojas y enaguas ineficaces, pequeños relámpagos carnales y luminosos en una atmósfera cineraria...
    Pero sobre todo una peregrina sensibilidad pictórica, frente a la cual no era arbitrario rememorar a Boucher y Fragonard, a Utamaro, al alemán Grosz, a Goya quizás, pero seguramente y de nuevo a Guys y a Lautrec...

El pintor trágico...

Rosemberg, el judío de París, descontaba sin piedad la próxima muerte de Pascin cuando le ofreció gruesa suma de dinero por cada cuadro, pero sólo que pintara exclusivamente para él...
    Quienes se asombran ante la perspicacia del judío, no han visto con detenimiento las obras de Pascin que aquí en esta exposición in memoriam están pregonando no sólo su muerte inmediata, sino su fin violento y trágico...
    Un tedium vitae que, como el húmedo frío de este invierno, llega hasta los huesos, fluye de todas las obras y se suspende en la atmósfera como niebla deletérea...
    Ese hastío asoma en los rostros de las mujeres, en la lasitud de sus gestos, en los cuerpos desnudos y como flotantes, sin esfuerzo, entre pesadas aguas...
    La opulencia carnal de una Betsabé a la Rubens no impide su total lasitud; los colores apenas flamean se apagan, nácares de fugaz fósforo, sonrojos instantáneos, ampos de luciérnaga o fuegos fatuos u orientes de perlas delicuescentes en gelatina...
    El lirismo del pincel sucumbe en constantes deliquios y el lápiz crítico, buscando lo contrahecho, proclama al misántropo y convierte a Casanova en misógino...
    Sin cesar el pintor relata el incurable tedio de su vida, a pesar de sus vanos entusiasmos de poeta y de sus erotismos cinerarios.
    Su obra, toda de sentidos, toda medular, es un proceso de parálisis espiritual, pues esa obra, como la vida del autor truncada en suicidio, no tuvieron relación cósmica.
    Desventurado artista, que cual en paroxismo de claustrofobia se ahorcó en una puerta, como en el ímpetu desesperado y frustráneo de franquear las cárceles de la materia donde vivió preso...
    ¡Lo terrible es que haya muerto no afuera, sino adentro de esa puerta simbólica!

Verdugos y arcángeles

Saliendo de la Exposición Pascin confié mis impresiones a Tomi Reegal, que absorto, como sonámbulo, repitió los nombres ilustres y pavorosos: Goya, Guys, Grosz, Lautrec, Beardsley y hundióse conmigo por el tiro de mina del subway, y tras de unos minutos de fragores y tenebrosas rachas frías, salpicadas de luces de colores, emergió cogiéndome del brazo por otro "vomitorio" de la carrilera subterránea, entre la muchedumbre proletaria:
    –¡Herr! Weihle, vuestros portafolios de estampas! –clamó Reegal desde el dintel de la galería Lexington, y momentos después los ventrudos cartapacios se abrían como postigos hacia el mundo de los arquetipos y Tomi, ante los originales o "pruebas" prístinas de Lautrec, Beardsley, Guys, Goya, iba diciendo en una de esas charlas alucinadas que yo prefiero a las críticas doctrinarias:
    –Algo justo has dicho del pobre Pascin... Las rosas con que las hetairas de Beardsley constelaron sus aparatosas cabelleras, cayeron en verdad como hojarasca sobre la obra de Pascin y el athar de esas flores se le volvió ácido fénico...
    Pero a Grosz, el feroz tedesco, caricaturista, dicen algunos que confunden a los verdugos con los juglares... le pasó otro tanto. Sus mujeres, las de Früh um 5 Uhr, son las de Guys y las de Beardsley, pero después de dos semanas en la morgue o exhumadas el aniversario... De la cremación de algunas de ellas proviene la nébula cineraria que empaña el mundo de Pascin...
    Goya, Lautrec y Beardsley tenían ya sus sanatorios privados para monstruos, víctimas de la misas negras, de los circos de apaches, de las tisis profesionales en la galantería londinense, Mayfair y su gentry, White Chapel saturada de ginebra epiléptico.
    Pero el hospital, lazareto, leprosería, limbo de las larvas que en calidad de retazos humanos sobrevivieron a la carnicería de la Gran Guerra, ése fue inaugurado por George Grosz, junto a quien Goya es apenas un hosco penitente o un aburguesado cartujo; Lautrec, un curandero amateur y Constantino Guys y Aubrey Beardsley dos puros arcángeles, con una leve sombra satánica bajo los pies de plata...

Mujeres, caballos, fords

Hojeábamos y hojeábamos... Las grandes hojas atesoradas en los cartapacios sepias y lavados de Guys; litografías lineales y acuarelas de Grosz como corroídas y ulceradas por el pigmento, pasaban frente a nuestros ojos.
    Dos acuarelas de Guys a grandes masas de color perfiladas por nerviosas líneas, hicieron sonreír a mi amigo:
    –¿Pero por qué el poeta de Las flores del mal sentía al ver esto que "nacían en su conciencia pensamientos negros y severos"? Si aquí no hay más que la inocencia del más sano candor animal, el puro instinto con su halo de indulgencia plenaria, flotando como una medusa de cristal a flor de agua sobre todos los abismos del pecado!
    Para mí, los caballos nerviosos y calipigios de Guys y sus cocotas briosas, caparazonadas, espumosas como Afroditas, son criaturas idénticas en estética, en ética, en arabesco y ánima. Bien citado La Bruyère: "Hay en ciertas mujeres una grandeza artificial que radica en el movimiento de los ojos, en el porte de la cabeza, en el modo de andar y que no va más lejos"...

 Como en los caballos puntualmente...

¡Ah! pero los días de Baudelaire eran aquellos en que el poeta desafiaba el anatema social, defendiendo el derecho de las mujeres a usar el polvo de arroz, la sombra para los ojos, el arrebol de la mejilla, todo tímido y discretísimo... Recuerda el elogio del "maquillaje": "El ídolo debe dorarse para ser adorado"... "La mujer tiene pleno derecho a parecer mágica y sobrenatural"...
    Pero hasta fracasando, inánime y soberbiamente zoológica, la cocotte de Guys, la cortesana imperial que desciñó la coraza de los vencedores de magenta y solferino y consoló a los que no vencieron en México, era todavía una institución estética, no se había confundido aún con el decaterio actual, con la galantería burguesa contemporánea, maquinal y pululante como los automóviles de Ford...
    Éstas son la forma cruda del placer, pero vosotras, concluyó mi amigo encarándose con La Fille en blanc de Guys, ¡vosotras fuisteis su ideal!

Dios y el diablo

Porque Elmer Gandy, el boticario de Main Street y el patriarca Babitt tienen los nervios muy delicados, la exposición del pintor germano George Grosz que actualmente se celebra es privada y no puede ser pública...
    Las respetables matriarcas y las púdicas girls van hasta Brooklyn a oír las canciones de Gladys, talentosa pero salaz diva negra, cuyos gestos y palabras son como estatuas de Museo Secreto accionando en el cine y como "infiernos" de biblioteca vociferados en megáfono...
    Quizás lo que salva a Gladys es que, siendo más negra que su piano, gesticula "en silueta", y que, hablando en slang, parodia el arbitrio clásico de decir en latín lo indecible en romance...
    Pero ese público que por su infalible malicia provee de volumen a la silueta y leería El portero de la cartuja no ya en latín, sino en catunes mayas, no puede ver, según Elmer Gandy, la obra de George Grosz, el terrible moralista que más odiosos y abominables ha hecho los vicios y las aberraciones humanas.
    El verdugo de todas las tiranías, militarismo, plutocracia, fanatismo y el más potente defensor de sus víctimas, es George Grosz.
    En su obra hay potencialidades revulsivas y catárticas para crear redentores, místicos, héroes y... suicidas, para hacer que la humanidad, comprendiendo al fin la vileza fundamental de la materia, oro o carne, se descubra su espíritu y por él se salve.
    Grosz ha originado un nuevo sistema religioso para "religar" al hombre con el principio cósmico y divino, para devolverlo al seno de Dios...
    Los hindúes llaman yoga a esas disciplinas y hay dos principales, el hatha yoga o dominio del cuerpo físico y sensorial, y el raja yoga, que exalta la conciencia suprema...
    Grosz ha descubierto el yoga del horror... pues quien tras de ver el mundo que el pintor refleja, no quiera salir de él por la única puerta posible, que es la espiritual, será peor que los suicidas y habrá vendido su alma al diablo.

"¡Vete a un convento!"

Grosz es el pintor de la subconsciencia; los personajes de su obra parecen exudar sus complejos y transparentarse para dejarnos ver con sus libidos más recónditos, toda la manigua de sus pasiones reprimidas.
    Y a esa ostentación psicológica, corresponden las taras físicas, viruelas y cicatrices en los rostros; cráteres de ántrax en los gruesos cogotes; várices y tumores en los miembros... Adonis cabrío dentro del frac y Venus cascorva y patizamba bajo su túnica.
    La noche del día en que asistí a la Exposición Grosz, fui por desgracia a un cabaret.
    El feroz pintor había puesto en mis ojos sus quevedos catódicos, que me transparentaban, tras de elegancias y afeites, a las mujeres vestidas con trajes de vidrio...
    Los sentimientos y pasiones que disimulaba aquella humanidad hiciéronse también visibles y todo me trajo a la memoria, con el verso de Wilde: "Los muertos danzan con los muertos", no una danza macabra como las de Holbein y Rowlandson, donde esqueletos acrobáticos, en deshabillé carnal, muestran sus huesos limpios, sino "verdaderos cadáveres", como el que Grosz pintó en Die Gesundbeter oder die, como los que hielan la sangre en las telas de Orcagna y Valdez Leal, en medio de la disgregación subterránea que Barbusse, más sepulturero que Hamlet y verdadero agente de "pompas fúnebres", describió en su Infierno...
    Cuando la conciencia en expansión hace posibles tales aventuras, más fácil que volver al cabaret es irse a la Trapa con una carta de recomendación de George Grosz, pintor edificante...
 

José Juan Tablada
Nueva York, febrero de 1931

El Universal, 15 de febrero de 1931, en el CD-ROM La Babilonia de Hierro.