La historia de la pintura japonesa tiene una época legendaria y fabulosa. La hiperbólica admiración del pueblo por los maestros prehistóricos llega a divinizarlos, a atribuirles facultades prodigiosas y a hacerlos héroes del milagro. Así, uno de ellos, que floreció miles de años antes de J. C., dibujaba un dragón y no bien hubo terminado el ojo, cuando el monstruo se remontó en los aires, con formidable vuelo. Han Kan pintó un caballo, y un demonio, engañado por la sorprendente semejanza, se puso a horcajadas sobre él. Su-Nogh ejecutó un toro en un cuadro y la bestia, durante el día, se escapaba para ir a pastar, volviendo a su puesto por la noche.
Ya en el terreno de la realidad, se encuentra que el cuadro más antiguo que el Japón posee, es uno ejecutado en el siglo VIII, y que el pintor que debe considerarse como el fundador de la brillante dinastía de artistas nipones, es Kosé-Kanaoka, que floreció durante los siglos IX y X. Algunos cuadros de este ilustre pintor se conservan como reliquias en el tesoro de los viejos templos japoneses, y de ellos ha dicho un crítico orientalista, de gran autoridad, M. Reed, que se distinguen por su gran vigor en los contornos, y que, sin menoscabo pueden compararse con los primeros esfuerzos del Arte en Italia. Opinión semejante vierte el japonista Louis Gonse, cuando al hablar de un kakémono de Kanaoka, dice que el color es de una indefinible dulzura, y que el dibujo, por fino y suave, recuerda el de ciertas obras de Fra Angélico. Algún otro crítico, ante las pinturas de Kanaoka y de sus hijos Ahimi y Kintada, recuerdan las pinturas bizantinas al temple. El viejo maestro que nos ocupa no sólo fue un grandísimo pintor, sino que también se distinguió como poeta, no obstante que en su época el Japón llegó al apogeo de la cultura literaria.
En el siglo XI, el artista de más prestigio fue Yoriyoshi Minamoto, fundador de la escuela deYamato, que más tarde fue denominada oficialmente de Tosa, y en la siguiente centuria culminó Toba Sojo, maestro de gran influencia, creador del género algo caricaturesco llamado Toba-Yé. Junto con este artista se distinguieron sus contemporáneos Nobuzané (el divino) y Tamehisa, el gran colorista. En los siglos XIII y XIV florecen maestros de notable talento, que preparan el advenimiento del gran arte del siglo XV. En esta centuria memorable y altamente significativa en la historia de la pintura japonesa, aparecen, entre una pléyade de pintores a quienes eclipsan los Kano y Masanobu, el primero de esa vasta dinastía que aún hoy tiene representantes. La escuela de los Kano expresa para los japoneses la belleza pura y clásica y sus cánones están derivados de la tradición china. Como la escuela de Yaimato o Tosa fue la escena oficial de los Mikados, Kano lo fue de los Shoguns. Esta escuela es la de la técnica del pincel y ha reducido a fórmulas las más nobles y sabias formas del dibujo. Los artistas de Tosa amaban la representación minuciosa y detallada de la figura o del paisaje, mientras que la de Kano es la que caracteriza, desdeñando los detalles por los elementos principalmente expresivos.
Para ser más claros, relacionaremos las obras de las Academias de Tosa y Kano con algunas del arte occidental. Los artistas de aquella escuela copian la naturaleza con la verdad escrupulosa de los primitivos italianos, de los modernos prerrafaelitas, mientras que los de la segunda tienden al impresionismo de un Goya o a la interpretación esquemática de las escuelas modernistas. Tenernos ante la vista dos grabados facsímiles de pinturas que representan el mismo asunto: un águila tratada por un artista de Tosa y por un pintor de Kano.
La primera, de Tshiokuvan, es de una finura sorprendente, pueden contarse las plumas del cuerpo y las escamas imbricadas de las garras; los contornos son tan puros como los que grabó el buril de Durero...
El ave de presa dibujada en el estilo de los Kano es toda vigor y fuerza de expresión; no se ven las plumas, pero las manchas del pincel, fuertemente apoyado, dan perfectamente el movimiento del plumaje.
En una palabra, el águila de Tosa está rigurosamente copiada; la de Kano está interpretada...
Después de los Kano y entre otros artistas, que en este corto estudio sería prolijo citar, vienen Naonobú y Tanyú, Mitsuoki de Tosa y Matahei, fundador del estilo popular denominado Ukioy-e. De este artista, cuya obra aún en facsímile, me es totalmente desconocida, dice un autorizado crítico: "Matahei pintaba a las gentes de su tiempo con sus trajes habituales, hombres de campo, del populacho y sobre todo cortesanas que ya en aquel tiempo (1600), por su lujo, su elegancia y su educación literaria, desempeñaban un gran papel en la vida pública del Japón".
La gran obra de Matahei consistió en emancipar a la pintura japonesa de los convencionalismos que la sujetaban, pues hasta su advenimiento, la pintura mística, histórica y épica, trazaba sólo los episodios búdhicos, el ceremonial cortesano o los retratos de monarcas, héroes o altos dignatarios del Imperio.
La pintura era ritual, hierática, palatina y en cierto modo heráldica, y Matahei operó una revolución, ampliando el campo de acción y haciendo que un elemento naturista y popular diera al artista todo un caudal de nuevas inspiraciones.
Consolidando los ideales de Matahei, sobrevino Hishikava Moronobu, de Kioto; su tarea fue esencialmente altruista y democrática, puesto que desarrolló en las clases populares el gusto por la escuela vulgar. Este artista fue el verdadero precursor de Hokusai; él liberó y redimió al arte japonés del autoritarismo de las academias y fue el instrumento preciso de una evolución social y decisiva en los móviles y caracteres de la pintura japonesa. Con Moronobu, con Shiunshó y con Hokusai, de quien hablaremos en capítulo especial, se formó sólidamente y por manera definitiva la gran escuela naturista de la pintura japonesa, la Ukiyo-e o escuela de Uta gava, como posteriormente se ha denominado.*** Desde sus limbos legendarios, desde su época tradicional y fabulosa, hasta principios del siglo XVIII, hemos seguido en sus principales lineamientos el génesis, desarrollo y evolución de la pintura japonesa. Llegamos a un período en que la historia prodiga sus datos y en que los documentos abundan, dando motivo para un estudio más detallado. En nuestro próximo capítulo sobre pintores japoneses, dos figuras imponen. Hokusai, el pintor naturalista, y Utamaro, el pintor de la Mujer, darán margen a nuestras consideraciones.
México, 1900
José Juan Tablada
Revista Moderna, 1ª quincena. de mayo de 1900: 139-141, reproducido en Obras VI, pp.86-89.