Puerta del jardín de thé en Golden Gate Park Boceto del interior de un teatro y personajes

 

FICHA CATALOGRÁFICA
 

1. Puerta del jardín de thé en Golden Gate Park.
José Juan Tablada.
30 de mayo de 1900.
Acuarela sobre papel bond grueso.
6 x 6 1/2"
[Ext. inf. der.: "Puerta del jardín de thé en Golden Gate Park Sn. Francisco Cal.- Mayo 30 1900". Al reverso: boceto del interior de un teatro y personajes a lápiz. Presenta pequeñas raspaduras.]
 
 

NOTA
 

Esta imagen de la Puerta del jardín de thé en Golden Gate Park, fechada el 30 de mayo de 1900, confirma la estancia de José Juan Tablada en San Francisco, durante su tránsito hacia Japón. En el primer artículo que envió a la Revista Moderna, titulado "Hacia el país del sol. Sitios, impresiones, episodios" –fechado en San Francisco California, junio de 1900– hace un relato literario de sus primeros días en la ciudad:

No bien pisé a tierra, cuando forcejeando conmigo un ladrón gigantesco, imperioso, me arrebata baúl y valija. Quise llamar a un policía, y otro sujeto me subió en vilo a un ómnibus que partió a todo escape. Ahí me encontré a mi bandido que, en honor de la verdad, no era más que un solícito agente del hotel hacia donde el ómnibus me llevaba... Luego el cuarto de hotel con su inevitable tristeza, su lujo banal, sus muebles y tapices usados por quién sabe cuántas existencias humanas que, gozando o sufriendo, han pasado por ahí... Y tras de profusas abluciones de agua fría cuya claridad y cuyo fresco rumor borran el cansancio y el recuerdo de los seis días de ferrocarril, tonificado y deseoso de estirar los músculos enervados, me lanzo entre una multitud de transeúntes por las anchas banquetas de una calle radiosa, alumbrada con diurnas claridades y por donde sin cesar transitan centenares de hombres atareados y de mujeres hermosas, elegantes flaneuses que pasan entre oleadas de perfume y rumores de seda estrujada. Son las 8 de la noche en Market Street, una gigante amplificación de nuestro atardecer en Plateros; ruidos incesantes llenan la avenida que se extiende hasta remotas lejanías; los tranvías eléctricos y de cable suenan sus timbres sin cesar y el oleaje humano se hace a cada momento más intenso... Codeado, molesto, ensordecido, dejo esa vía por otra menos tumultuosa y vago al azar para recibir de lleno la brusca sensación de la ciudad desconocida. Estas calles son sin duda las de un barrio de placer; el rótulo "Dancing hall" se lee a cada instante en grandes cartelones donde en funambulescos "can-cans", se despernancan imposibles diablesas, dibujadas por un torpe lápiz sajón que fracasa plagiando a Cheret... Hay música por todas partes, en el tranvía que pasa arrastrando el grupo jubiloso de un "tramway party", en los "bar-rooms", en los pórticos de los teatros. Voy andando sobre música; por intervalos las rejas abiertas a mis pies, en el asfalto de las banquetas, dejan escapar bocanadas de música subterránea, notas de valses delirantes que en los sótanos de los cafés cantantes riman los báquicos jolgorios de rufianes y mujerzuelas, hampa sajona repugnante, cuyo espectáculo entrevisto al rojizo flamear del gas, lleva la náusea a la garganta... De pronto, por una calle en pendiente brusca, se ve llegar un grupo heterogéneo; avanzan al son de una tambora y enarbolan pabellones americanos. Pan-pan-pan, el mismo sonsonete que en nuestros teatros, frente a un telón que tarda en alzarse hace el público impaciente, y al golpe final de la tambora la comparsa hace alto. Es un grupo del "Salvation Army", son los misioneros urbanos que surgieron cuando el general Both pensó acertadamente que en el vicio de las ciudades había más gente por convertir que entre las negradas del África. Han hecho alto, y coreando una canción plañidera, se arrodillan con ademanes de fervor estudiado. Luego cesa la música, y una "virago" albina, bajo el negro sombrero en forma de cofia, desde el centro del círculo con que la curiosidad callejera la rodea, comienza un "speech" que hace el efecto de reclamo de charlatán y de brindis histérico. Es el mismo tipo de la "Evangelista", de Daudet, la que ahí gesticula y quiere catequizar no con la dulce palabra de Cristo, sino con un furor religioso, con un fanatismo que se crispa, ulula y aleja toda idea de piedad y de amor cristianos...
     Los tamborazos sordos, los cantos plañideros y las salmodias del "Ejército de Salvación", son una característica del crepúsculo en esta ciudad. Apenas atardece y el vicio aletargado durante el día abre su enorme y viscosa pupila, cuando las fúnebres y pálidas amazonas del "Ejército", se lanzan a suburbios y tabernas para llamar al buen camino a las almas extraviadas. Y en verdad que el infeliz ebrio de whiskey, que al despertar de la orgía se encuentra con un espectro del "Salvation" delante, debe, en medio de su asombro pavoroso, renegar del vicio y sentir que sus remordimientos se ahondan hasta el martirio...
    Vuelvo a mi hotel, cuando allá en las alturas de la noche negra, sobre el disco escarlata de un reloj enorme, veo que es media noche. Extraño las solemnes campanadas de nuestros templos; pero aquí el tiempo pasa sin que lo saluden los bronces y no hay jubilosos carillones de alborada, ni solemnes repiques de medio día, ni Ángelus que se difundan en los áureos crepúsculos vespertinos. Vuelvo a mi cuarto del hotel y por largo tiempo ahuyentan mi sueño los dulces y tenaces recuerdos del "home" y un profano estribillo atacado por agrios violines en un teatro de vaudeville, al lado...

*  *  *

Mañana de domingo, sonora, radiante, estremecida por no sé qué inmenso júbilo que se difunde en su ambiente claro y perfumado... Ansioso de estar a solas, con un libro de versos y mis útiles de acuarela bajo el brazo, tomo un tranvía para ir a "Golden Gate Park", cuyo solo nombre me ilusiona poéticamente. Durante veinte minutos el carro eléctrico sube y baja por las calles empinadas y en declive que forman el centro de la anfractuosa ciudad. La primera calle seduce con sus casas de madera de frívola y pintoresca arquitectura; pero luego la repetición del mismo modelo, la monotonía de los edificios se hace insoportable... Se llega a creer que el tranvía rueda sin avanzar por una misma calle... y se siente luego la ciudad improvisada, sin tradiciones ni leyendas, algo en mayor escala como los campamentos de gambusinos que abren sus tiendas en derredor de las vetas de oro descubiertas. Y mientras que entre nosotros en cada barrio, en cada calle y en cada sitio late un recuerdo-histórico evocando al pasado, aquí un solo vocablo gris y tomado al azar, designa a una avenida de varias millas. Y en todas partes se discierne el sello de lo parvenu; no hay ruinas, ni edificios ungidos por la pátina del tiempo y el yeso, la hojalata y el papier maché se distinguen aún en los edificios que pomposamente imitan a las residencias palatinas o a las arquitecturas castellanas. El egoísmo del burgués enriquecido en un golpe de bolsa, se satisface con una casa que dure el tiempo que él viva; no piensa en sus hijos, y aquí son un mito las residencias señoriales con salones llenos de retratos de antepasados y en donde ha transcurrido la vida de varias generaciones... Hay edificios de piedra excepcionalmente, y los que existen no están marcados con ningún sello arquitectónico; el del "Call" (300 pies de altura) es un gigantesco cubo de cantera que en esta ciudad materialista y vividora parece la enorme portavianda de un fabuloso Gargantúa; por lo común las habitaciones de la clase media, la mayoría, son del tipo de las que mueven con marmaja los bebés... El tranvía llega a extramuros, bordeando coquetas casas de campo, cottages deliciosos que parecen todos amorosos nidos hechos para abrigar lunas de miel. Y llego al parque de "Golden Gate", penetrando por una puerta rústica que nada dice de las magnificencias interiores. ¡Ah!, el sitio es verdaderamente hermoso! En aquellas inmensas avenidas, minuciosamente enarenadas, en aquellos sotos, acercándose a bosquecillos encantadores, de misteriosas profundidades, en todas partes cree uno estar, menos en un punto de Norte América! Parece que la poesía por todas partes desdeñada y la Naturaleza cruelmente expoliada por doquiera, toman ahí su revancha! Y es un triunfante desquite con el que ahí vencen la Naturaleza y la Poesía! Este rincón es de Versalles; por esa callejuela va a desembocar sin duda Madama de Pompadour, en su litera rosa que llevan en peso cuatro negros lacayos! Este pequeño lago lleno de azuladas ninfeas y donde empapa sus verticales festones todo un doliente saucedal, es la rústica piscina en que la Dubarry refrescaba su cuerpo flordelisado por ósculos reales. Y esa avenida vasta, solemne, como para contener la marcha de una guardia real, será hollada en breve por algún legendario magnate que con su corte va a cazar al halcón...
    Y hay rincones que una lujuriosa vid sombrea y por cuyo césped voy cauteloso, temiendo sorprender al buen viejo Anakreonte que exprime estrofas, besos y racimos en la boca, de una ninfa delirante! Y seguía mi marcha...
    Bajo este ancho senador umbroso, Boccaccio tuvo suspenso un galante coro de su Decamerón; en aquel remanso, donde se doblegan los azules lirios estrujados, el cisne divino abrió sus alas sobre Leda... y en aquellas rocas calcinadas, tintas en la púrpura del poniente, fue donde vio D'Annunzio a las vírgenes Violante y Maximila... y ahí cantó Poe a Ulalume y aquí... una ráfaga de frío viento vesperal, saturado de perfumes oceánicos, sopló de pronto envolviendo el lugar en que me hallaba, sacudiendo árboles, arbustos y flores... sobre las páginas de mi libro de versos cayeron las hojas de una rosa moribunda y el polen de los cálices inclinados. Luego tras de mí una invisible banda de música prorrumpió en una marcha que al principio me pareció la tocata cinegética de una real cacería y que no era más que un infame pasodoble. Mi ilusión cayó, estrellándose como una esfera cristal hecha pedazos... [...]
    Salí del museo donde la luz crepuscular desfallecía esfumando los cuadros y tornando gris la blancura de mármoles y yesos. Las avenidas del parque estaban llenas por una multitud endomingada y jubilosa. Grupos familiares, padres de familia haciendo jugar a sus bebés, parejas amantes que, ocupadas sólo de su amor, reían gozosos o enmudecían en éxtasis contemplativos. Aquella dicha ajena me hizo daño; la imagen distante de la bienamada se insinuó misteriosamente en mi espíritu, a la par que una sensación de soledad y desamparo cayó sobre mí con las primeras sombras de la noche que descendieron desde los árboles fríos.
    Y a los pocos instantes el tranvía me dejaba en la ciudad estremecida por el tumulto de la prima noche y donde ya los pálidos y negros espectros del "Salvation Army", gemían sus místicas salmodias grotescamente unidas al son de guitarras y panderos... [Revista Moderna, 1ª quincena de julio de 1900, pp. 201-204].

Quizá el teatro de vaudeville, que Tablada menciona que se encuentra al lado de su hotel, o la "función" del Salvation Army, correspondan a uno de los bocetos a lápiz que se encuentran al reverso. De cualquier forma, el poeta permaneció suficiente tiempo en San Francisco para frecuentar los varios sitios en que florecía la vida nocturna del lugar. De hecho, como leemos en su relato, ésta fue una de sus primeras actividades al llegar a la ciudad.
 
 

ELV/RMS